Como adelantáramos ayer, el segundo de los tres días de gran ajetreo comenzó con al llegada de Maximiliano al mando de una bola de carga que traía la última producción de juegos de guijarros extra diminutos para ser acoplados mediante el tablero sensible a las mini computadoras que estaban armando los compañeros de la comuna 4 “Rosa Luna”, de La Teja. Eran 2500 juegos que tal vez fueran los primeros en ser distribuidos masivamente y los últimos de tamaño visible, porque ya Ernesto estaba al habla con varios ingenieros uruguayos especialistas en nanotecnología para perfeccionar su idea de los guijarros monocristalinos integrados en un chip. Después vendrían los circuitos totalmente guijarrizados –porque los guijarros pueden funcionar como todos los transistores conocidos al mismo tiempo- para arribar poco más tarde a lo que en los próximos días se iba a transformar en obsesiva idea dentro de la mente de Ernesto Federico: “Las Peonzas Cuánticas”.
Bien, pero estábamos en la llegada de Maximiliano. Parecía todo un hombre el muchachito este que había llegado no hace tanto, traído por su padre y dejado sobre los cerros del Queguay a que madurase al sol, lejos de los cuidados de su madre. Bajó sin ayuda las veinticinco bolsas que fue dejando sobre un costado del sector tecnológico y acudió con el informe frente a Ernesto. Era un informe hablado… porque… Bueno, los muchachos de la comuna Queguay habían resuelto que entre ellos los informes escritos no corrían por considerarlos demasiado pedantes y propensos a ser archivados sin nunca ser leídos. Y hasta aquí llegamos con lo atinente a Maximiliano porque ahora cabe poner atención al griterío que estaba armando Ernesto para que Manuel saliese por fin de la cocina –donde desde hacía una hora desayunaba con Magdalena.
-He tenido una revelación –le gritó loco de contento ni bien lo vio venir.
Había sido uno de esos pantallazos de intuición que hasta los más troncos tienen a veces. Se había dado cuenta de que la diferencia principal entre la actual república Anarquista y lo anterior no era el hecho de la ausencia de gobierno sino la perfecta comunicación que todos los rincones del país estaban teniendo con los lugares donde se producían las principales iniciativas revolucionarias.
-¡Manuel, ellos están al tanto de nuestras discusiones, están metidos entre nosotros, saben de nuestras dudas, nos conocen en la intimidad! No existe la posibilidad del engaño… Para eso es que esta historia se publica en Internet! ¡Para que se vuelva verdadera!
En realidad Manuel ya había andado rondando ideas similares, pero los gritos entusiastas de Ernesto le trajeron de nuevo a sus viejas cavilaciones.
-Sí, pero ¿quién la escribe?
-No se, Manuel, no se… ¡Pero dejame festejar mi alegría! Hacía tanto que no pensaba nada original.
-Perdón. No te lo dije, pero pensé que era una gran idea de esas que sin no son verdad pegan en el palo.
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