miércoles, septiembre 27, 2006

79 - ¡No digas estupideces!

-Bueno vecino, ¿me vas a ayudar a salir de aquí?
-Lo haría pero ¿cómo sé que no vas a revelar el secreto?
-Te lo juro.
-Mejor que eso voy a consultar la experiencia. Esperá un momento.

El Mem se puso en posición de yoga y se quedó estático, con los ojos cerrados. Respiraba, sí, pero muy pausado y lanzaba, cuando el aire salía de los pulmones, un gracioso silbido por la nariz. Fueron no menos de diez minutos de silencio y silbidos hasta que se volvió a incorporar frente a Manuel.

-Está claro. La experiencia indica que vos revelarías el secreto, porque no es un tema que te importe. Pero, también indica la experiencia que lo revelarías aunque el secreto fuera algo que te importara mucho. El ser humano no soporta guardar un secreto por mucho tiempo y termina encontrando un justificativo para revelarlo. Es casi un axioma que la mejor manera de hacer circular una noticia es presentarla como un secreto…
-¿Y qué…? ¿Me vas a dejar aquí abajo y vas a poner una piedra sobre la tapa?
-También podría matarte y dejarte aquí enterrado…

Manuel retrocedió varios pasos hasta que su espalda chocó con la pared de arenisca roja que no le tiño la ropa de ese color, primero porque su remera ya era roja y además porque la arenisca roja no destiñe… Mientras tanto el Mem reía y le hacía señas tranquilizadoras.
-Me estás mintiendo. ¡Vos me estabas esperando! Ya sabías que yo andaba entre Dios y el Diablo.
-No la hagas más difícil… Podrías ayudarme a pensar cómo podemos hacer para que puedas salir sin que el secreto corra peligro.
-Salgo con los ojos cerrados.
-¡No digas estupideces!

Transaron por fin en que saliera en estado inconsciente tras tomar un té que el Mem sabía preparar con unos hongos que crecían en las paredes de la cueva. Para eso se fue hacia unos huecos sombríos y volvió con varios honguitos rojos punteados de blanco. Apoyó una mano contra el muro y Manuel vio cómo toda una parte giraba horizontalmente y se perdía hacia adentro dejando al descubierto una especie de mostrador y unos estantes llenos de frascos de losa blanca con inscripciones azules. Lo que el Mem hizo allí, Manuel no pudo verlo, cubierto por su espalda, pero no pudo ser mucho en tan poco tiempo como el necesario para acercarse a la mesa, mover un par de veces los codos hacia delante y atrás y ya darse vuelta extendiendo sobre una mano una tacita de té humeante.
-¿Y cómo sé que no es veneno?
-Yo también voy a tomar.

Efectivamente el ex primitivo sostenía ya otra tacita igual que iba levantando hacia sus labios una vez hecho “upa” con ella y los ojos, queriendo ser un brindis o tal vez invitación.
Manuel vio el movimiento de su garguero cuando tragaba el primer sorbo de aquel asqueroso brebaje bermejo y a su vez fue levantando su taza, dispuesto a pasar de una vez por aquello, sin embargo no llegó a hacerlo ya que antes el Mem se agarró la garganta con una mano mientras la otra tiraba a la mierda la taza y se derrumbaba al piso con la cara verde y estertores de muy dudoso pronóstico!

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