lunes, septiembre 04, 2006

61 - Baile de los Guijarros

Pasada la media noche Manuel estaba de vuelta en su casa, sólo y sin sueño a pesar del mucho vino. Del bolsillo de atrás sacó la bolsa de gamuza que dejó sobre la mesa de la cocina mientras buscaba un cartón para dibujar el tablero que confiaba poder hacer casi igual; después de todo no era más que una figura de cinco lados iguales. Con la tapa de la olla más grande hizo un círculo y con una tira de papel que doblaba en un extremo tanteaba de poder meterla cinco veces alrededor del círculo. Cuando estuvo hecho marcó los cinco lados rectos del pentágono, ubicó el cartón en el centro de la mesa corriendo el paquete de yerba y la cuchara, arrimó la silla y se sentó bien enfrente… Sacó el premier guijarro… Pensó en su abuelo… El guijarro le parecía una simple piedrita. No le decía nada… ¿Qué sería lo que debía sentir…? Lo dejó a un lado y sacó otro…¡tampoco! Este le parecía algo más liso en todo su contorno alargado y curvo, pero…¡nada más! Lo dejó y sacó un tercero (tenía que ser este) Claro que sentir, lo que se dice sentir… (¡yo qué sé?) Sacudió entonces el puño con el guijarro en el hueco –de puro impaciente- y el guijarro se le escapó yendo a dar contra la pared y rebotar hasta debajo del armario. Tuvo que agacharse y levantar un poco el armario con una mano, y con la otra, izquierda en este caso –por la posición, ¿vio?- metida debajo del armario, tomar la piedra y traerla junto con un pelotón de pelusa que cuando vio llegar cerca de su cara le dio asco y entonces sacudió la mano con lo que la pelusa siguió pegada a los dedos mientras el guijarro escapaba y retomaba su camino de esquivos. Se levantó, apenas pudo bajar despacio el armario, dispuesto a reiniciar la búsqueda que no era necesaria ya que en ese momento vio venir la piedrita ya desganada de rebotes, mansamente a detenerse a medio metro solo para ponerse a bailar como un trompo girando para un lado por un momento, detenerse, oscilar y comenzar a girar en el otro sentido…
Cuando el guijarro se aburrió de hacer tantos giros cayó de lado y quedó quieto. Manuel con toda delicadeza lo tomó entre el índice y el pulgar y… lo encontró distinto! La piedrita no le hacía sentir nada pero, él había retenido la sensación anterior en sus dedos, que no era esta. Había sido una sensación más áspera, no…¡más picante! Agarró entonces el objeto con la otra mano… Claro! Bosco no le había dicho que tenía que tomar las piedras con la izquierda porque con la derecha no se siente nada. Le dio risa comprobar que aunque no se lo hubieran enseñado él lo había descubierto por su propia cuenta.
Volvió con el guijarro junto a la mesa. Ahora venía la parte difícil. Preguntarle a la piedrita dónde quería que la pusiese. Ese asunto le retuvo un rato con la mano sobre el tablero esperando alguna señal y pensando en cómo podría una piedra hacerle entender sus deseos…hasta que el propio cansancio fue bajando el brazo horizontal al principio y aflojándole incluso los dedos que tomaban aquella cosita vibrante, hasta el extremo de que se le cayera y en el aire quisiera retomarla con lo que no logró otra cosa que incrustarla en el cartón en un lugar que, mediante un salto cualitativo de su mente, decidió que era El lugar.
Lo dejó allí bajo su atenta mirada, todo lo atenta que podía ser cualquier actividad de los órganos de Manuel a esa hora en que la imaginación juega trampas haciendo ver vibraciones o destellos en todos los rincones del campo visual. Pero honestamente, algo le ocurría a la piedra. Pequeños movimientos, sobresaltos y hasta diminutos cambios de tamaño que sin embargo no eran suficientemente evidentes como para seguir detenidos en su contemplación probable. Era necesario continuar el juego o el sueño le iba a terminar venciendo los párpados que ya pesaban a media asta. Sacó otro elemento y le quedó mirando como quien canta la lotería de cartones y trata de ver el número de la bolilla. Allí no había mucho para ver, aunque en realidad todavía no se había puesto a mirar cómo eran y recién descubría que no eran todas del mismo color aunque sí oscuras y alargadas y redondeadas un poco, ya que en algunos lugares mostraba huellas de aparentes golpes que le hubieran desgajado pequeñas lascas. Pero, en realidad no parecían de piedra. De piedra común al menos. Eran demasiado pesadas para su tamaño… La fue bajado sobre el tablero y observó que la anteriormente puesta se empezaba a mover, poniéndose medio vertical y siguiendo con su extremo levantado las distintas vueltas que la otra hacía por encima. Ya que la de la mano nada le decía aparte de ronronear una mansa vibración, la fue acercando a la de abajo con lo que esta se iba poniendo cada vez más loquita hasta que la de la mano empezó a reaccionar a cada acercamiento con unos enviones de desvío que le pulsaron entre los dedos hasta que dándose cuenta del rechazo, decidió obedecerlos y dirigir la mano en la dirección de los pulsos que por último cesaron cuando fue hallado el lugar del segundo guijarro.
¡Ahora sí que Manuel se asustó mismo! ¡Los guijarros rotaron su largueza y se pusieron a bailar frente a frente haciendo todos los cambios al mismo tiempo como enlazados por una misma voluntad!

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