martes, septiembre 20, 2011

827. Una familia normal.

Así que ni bien Manuel levantó en brazos a Ulyses empezaron a caminar el retorno por la calle del balastro  blancuzco. La salud del niño estaba bien. El  desarrollo era mediano. Ni mucho ni poco. Y se había pasado a las risas con el doctor Pizzicatto. Que no caminara tan rápido porque el niño iba a los tumbos. El doctor le había hecho un poco de cosquillas al principio, pero después no había parado de reír. ¿Pasaríamos por el almacén a comprar huevos? Aunque mejor que comiéramos livianito ahora  que teníamos tanto trabajo para hacer en la tarde. No todavía él no le había contado cómo le había ido con el jardín nuevo hoy temprano. Ah, se lo iba a contar a ella que tanto se había divertido cuando le contó aquellos percances de cuando con Rulo andaban de pintores y albañiles.
La misma casa. La misma casa que ahora ya no era propiedad del milico aquel que le había contado, ni vivía alli la señora de las tetas blancas, por suerte. Pero exactamente la misma casa. Le habían hecho pasar casi como para que viera las enormes manchas de humedad que mostraba el mapa de las cañerías embutidas. No, le habían hecho pasar para acordar cual y cuanto iba a ser el trabajo y cual el precio correspondiente. Todo bien. Después no había podido hacer otra cosa que tirarse en la cama a descansar antes de venir a buscarles. Ja ja.
No, que a él nadie le había reconocido como uno de los irresponsables que había arruinado aquella casa por completo. Todo había sido simple y claro. Al parecer también habían contratado a un sanitarista para que viera lo de la humedad. Benditas dimensiones!

En la esquina seguía parado el Cholo. Con aquellos papeles en la mano, seguro de propaganda política, seguro. Ah, sí. Le había hablado del tema de la imputabilidad, y de que los volantes los repartía él porque nadie quería tomarse el trabajo. Ah, sí. Como también había dicho que se quedaban sin gente que militara en los comités porque el gobierno seguía sin darles bola a las bases y sí a las fuerzas más retrógradas. El Cholo! Siempre manteniendo viva la llama del pensamiento. Qué muchacho macanudo!

Magda le volvió a invitar para el cumpleaños y él preguntó si se podía llegar con guitarra y con... compañera? Así que muchas risas para festejar que el Cholo ahora (¿ahora?) tenía compañera. Ramona, sí, Ramona se llamaba aunque no estuviera de moda. Y era hermosa porque él la quería.

Ya era pasado el mediodía cuando llegaron muertos de hambre y sin comida. Quedaban dos huevos en el estante del aparador, un cuarto pan de ayer, tres restos de arroz en los fondos de tres bolsas de distinta marca, una botella de aceite apenas empezada y un lote de condimentos, Eso sí,  de leche habían dos litros. También dos caldos de gallina.
Magda propuso mezclar todo y cocinarlo con el agregado de los condimentos, pero los caldos no. De postre un buen vaso de leche.

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