domingo, septiembre 18, 2011

825. Una Ventanita Iluminada.

Fue un momento esplendido, es decir de esplendor, porque al comenzar la bajada de su calle en la penumbra de la noche, Manuel sintió como que su pecho emanaba un resplandor de alegría y plenitud. Se había dado cuenta, de pronto, que era capás de vivir en este mundo y disfrutarlo. Venía de una reunión de delirantes en la que además había expresado alguna idea. Siempre había preferido a los delirantes antes que a los demasiado serios y estando allí, aunque algunos pretendieran un exceso de sabiduría, había logrado divertirse con aquellas conversaciones no demasiado profundas pero bastante erráticas. Je.
Y ahora la casita! Allá adelante con su vantanita iluminada por dentro. Mi amor. (Otro golpe de resplandor.) Como si ese pequeño espacio iluminado contuviese todo el amor que se pueda sentir. Es decir basta ya! cuando nuestro ser no puede contener un poco más. El máximo. Una sensación adorable que nos seduce pero nos atemoriza a la vez.
Quizá porque enamorados olvidamos ser otro distinto hay momentos confusos en el amor. Cuando no nos sentimos distintos que el otro, al menos no separados. Nuestro ego se revela. Y se aleja. Con cara de "y a mí qué me impòrta". Hasta una distancia relativamente cercana. Desde la que todavía se puedan escuchar las palabras. Pura cobardía.

Tememos dejar de existir disueltos en el amor. ¿Será posible...?

Para Manuel  tal vez el peligro no fuera un peligro negativo sino positivo. El peligro tentador de sentir algo que nunca habríamos sentido ni imaginado. Como cuando hacían aquello de reducirse al tamaño de un punto matemático, y salir de ahí. Porque entrar en contacto con un ser como Magda comenzaba mucho rato antes del encuentro. Y el encuentro era más que el sólo mirar. Una transformación  de todo el panorama mental que se llenaba de perfumes seductores e imágenes tentadoras. Más aquello que se le vuelve a volcar desde dentro del pecho y que como un enorme río fluye imparable hacia donde está ella.



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