Había muchas cosas que sólo hablaba consigo mismo en el lenguaje del silencio. Muchas imágenes que desde muy niño sabía que no correspondían a nada de lo que pudiera conocer en este mundo. Mucho misterio que sin embargo había terminado por aceptar como el escenario natural, aunque estrambótico, donde inevitablemente se seguía desarrollando la historia de su vida, esa que ahora Mandinga venía a afirmar que nadie más que él escribía, aparte de actuarla.
Decidió cambiar de tema.
-¿Y vos de dónde venís…? ¿O acaso estabas escuchando la conversación desde atrás de las paredes?
-No. Ja ja. Anduve un rato por el baile. Te hubieras divertido… Ahora vuelvo para allá. Tengo algunos compromisos pendientes…
Se dio vuelta y atravesó la misma pared de la que había salido, la que al cicatrizarse sobre su espalda recién se terminó de tragar la tonadilla de siempre:
“D’ont warry, be happy”
Bosco apagó la computadora y se levantó de la silla. Iban saliendo cuando asomó la cabeza de Mandinga desde el techo.
-Me olvidaba. En la cueva de El Bosque los estaban esperando. Está muy nerviosa esa gente, todos juntos. Magdalena, tu madre, la familia de tu primo y los Tucus mayores tratando de retener a los jóvenes que se quieren lanzar a las calles a compartir la vida con los humanos.
Dejaron que Bosco devolviera la llave y diera las gracias y los otros partieron de vuelta a la bola con la que remontaron desde entre los árboles como una segunda luna que ya a nadie llamara mucho la atención porque pasara iluminando desde abajo aquellas tristes nubes grises ocupadas en tiritar de frío y de ponerle espaldas al viento sur.
Dejaron a Giorgionne y subieron a Ernesto por más conocedor de la sicología tucu en una de las cuatro bolas que enseguida sobrevoló el país a media altura y velocidad crucero, para llegar al cielo de la costa un rato después de que se hubieran roto los últimos retenes y cuando ya desde el aire se podían ver todas esas manchas oscuras que de un montecito corrían hasta el otro pasando por encima de la ruta que por suerte estaba con muy poco tráncito. ¡Era una inundación de roedores desnudos que se iba extendiendo en superficie como una mancha de petróleo sobre un mar de agua caliente! Indetenibles.
Se sabía que desde un tiempo a esta parte la juventud tucu se venía excitando con la posibilidad de compartir un mundo al aire libre donde se pudiera escuchar y tocar de esa música maravillosa que sale cuando se mezcla el rock con el candombe. Claro, desde las más superficiales galerías escuchaban a veces –gracias a sus prodigiosos oídos- con mediana fidelidad lo que venía de afuera. Pero lo bueno sería estar afuera y escucharlo con toda la pega y hasta aprender a bailar, que no digamos cantar… Se sabía también que entre los tucus jóvenes aquella enseñanza de los mayores que les prevenía de los instintos cazadores de los humanos, no gozaban de buen predicamento. Decían los jóvenes: “Los viejos son tan cobardes que nunca se han atrevido a salir de la cueva.”
1 comentario:
Hola Manuel!
Te aseguro que voy a leer de donde sale esta historia tan loca!
Estoy sorprendida, todavía preguntandome que hay dentras de esa locura.
Me encantó!
Te dejo un abrazo y un gracias por linkear Leyendas Paganas. Ese sitio es de todos.
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