-Manuel…Trum te está diciendo algo.
Por cierto que lo había estado viendo enfrente suyo moviendo los carrillos de esa manera trabajosa que tienen los Tucus para hablar pero…
-Perdoná, estaba distraído.
Trum tenía los ojos brillantes, como los ponen cuando sienten una alegría dichosa pero que no se quiere todavía desbordar. Decía que probablemente la situación no resultar tan grave como había temido. Acababa de recibir un reporte mental de su hijo, Poro, avisándole que estaba bien y muy divertido, en ese momento disfrutando de una sala de minicine con unos amigos humanos que le habían pagado la entrada y comprado una bolsa de unas escamas saladas que estaban buenísimas y que seguro que se han de poder hacer también con macachines
-¿Le dijiste que no se aleje mucho?
-No. Me parece que logré no decirle.
-¿Te dijo algo más?
Era como decirle “entrevista terminada”, pero, Estaba viendo a la flaca pasar caminando hacia la puerta de la nueva cocina subterránea que los tucus acababan de terminar. Era ella, la Flaca. Y por eso ahora quería ir a ver la cocina nueva que los tucus… Y volver a ver la flaquita y tal vez…
Se asomó en la cocina y sobre el fondo estaba esperando la Magda con una sonrisa entre labios. Quería mostrarle algo que había metiéndose por aquella puertita del fondo por la que se estaba yendo. La siguió y vio que tras un pasillito corto se habría una habitación bien puesta con una cama como de tres plazas y almohadones por todos lados. La Flaca reía.
-Es un regalo de los Tucus. Me preguntaron a mí cómo te gustaría
Manuel hubiera podido decir que nunca había recibido un regalo semejante, y lo hubiese dicho si no fuera porque sus labios estaban muy ocupados degustando la boca de la Magda. Ambas bocas. Y las manos recorriendo suavemente todas las partes de aquel cuerpo. Las cuatro manos. Puestas y deslizadas ahora que ya estaban rodando por el suelo que resultaba ser de alfombras de pelo suave. Suave y largo. Y ese olor que es sólo tuyo. Cuando te penetro y tu lengua enloquece de serpiente rápida coleando por mi. Y me quedo quieto para desesperarte y que lo pidas en el arco de la tensión de tus músculos, con sudor. Y yo sedo a tu deseo y vuelvo a moverme lentamente entre las paredes más sensibles que sos vos misma y yo se, que estoy ahí mismo penetrando dentro de tu ser maravilloso que me rodea como un firmamento lleno de galaxias que apenas iluminan a lo lejos como puntitos luminosos de diamante mientras el tiempo se desliza a través del universo devolviéndole la vida por un instante
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