Al otro día se pusieron todos en movimiento y desde temprano se sentían ruidos que provenían de la Galería Máxima y de todos sus recovecos. Pero Manuel no quería presentarse tan temprano sin haber tomado unos mates con la flaca y ponerse al día con las conversaciones. Una especialmente que más que conversación era una consulta a su inteligencia, más directa por lo general que la suya, que solía perderse dando vueltas por ahí sin recordar para qué era que había venido. Parecía que la flaca todo esto de los mundos y trasmundos, después de los primeros sustos, se lo estaba tomando con una naturalidad asombrosa y estaba viviendo todo con una serenidad tal como para tener el pensamiento despejado al momento de que él le preguntara... lo que le tenía que preguntar...¿Cómo era? Sí, si era posible, que él, Manuel Aquelarre, estuviera escribiendo su propia historia mientras la vivía. Es decir...
-Decime flaca qué te parece si yo te digo que al mismo tiempo que estoy viviendo, estoy escribiendo la historia de esta vida...?
-¿Estás escribiendo? ¡Ah, qué bueno!
-No. Yo te pregunto en serio si eso será posible.
-Bueno.... Vos no tenés patrón....Podés reservarte el tiempo que precises...
-Quiero decir que si es posible que en este momento yo además de hablar con vos, esté escribiendo esto mismo que estoy hablando.
((Si estuviera de este lado la pregunta terminaría con "hablando esto mismo que estoy escribiendo.))
-¿Me estás jodiendo, flaco?
-No, qué te voy a estar jodiendo. Es una idea que me tiró Mandinga y que no me la puedo sacar de la cabeza. ¿Te parece posible?
-¡No! qué me va a parecer posible. ¿Por cual motivo lo harías sin decirte a vos mismo?
-Capaz que por ningún motivo. Que lo hago nomás.
-Todas las cosas tienen una causa.
-Causa sí. Pero tal vez no motivo.
-¿Qué decís?
-Que yo por ejemplo tengo causa. Porque mis padres cogieron. Pero no tengo motivo, porque si no existiera sería lo mismo.
-Ah, Manuel estás deprimido...Vení, vení flaquito. Es demasiado temprano. Tomamos mate más tarde...
En la galería habían puesto diez mesitas cada una con un juego de guijarros encima, los tableros estaban siendo conectados a un manojo de cables que por el interior de unos largos caños de plástico, cruzaban todo el espacio hasta el semicírculo donde ahora estaba la computadora de Ernesto, más provista de adminículos que nunca. Sobre un costado Trum y Porum vigilaban a los diez primeros cachorros que venían a iniciar los cursos de comunicación telepétrica, para que puestos en ese espacio tan grande no les viniera a ninguno un repentino impulso corredor, de esos que en la infancia resultan casi irrefrenables. Faltaba una prueba final.
Ernesto desde su silla giratoria frente a los monitores, dio una señal sonora que era lo convenido en el programa. Los guijarros de todos los tableros corrieron buscando sus respectivos lugares para ponerse a girar en cada momento y en el sentido que le indicaban las corrientes vibrátiles del derredor y así encontrar el mayor placer.
Trum hizo otro de esos grititos para indicarle a Ernesto que todo funcionaba bien y le indicó a su esposa de esos días, otra vez Porum, que dejara nomás a los niños llegar a los tableros, cada uno en uno mientras los dos iban a estar para dar ayuda solo en caso de que se les pidiera. No fue necesario. En una hora se retiraron correteando y haciendo bromas con los códigos de determinadas letras.
(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)
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