La conversación no les levantó mucho el ánimo pero al menos los mareó de forma que casi no recordaban el porqué cuando se sintió esa efervescencia en el aire y detrás de las espaldas de Manuel, Cholo y los otros se vieron aparecer cinco bolas flamantes que llegaban desde la base número 2. Enseguida bajaron Ernesto Federico, Giorgionne, Maximiliano, Chumbo y Miguel, cada uno con una rueda de hojas de carqueja puesta alrededor de la cabeza como si fueran esas estatuas romanas que no se bajan. Había sido, -luego contaron- una idea de Miguel que siempre había fantaseado con fundar una logia con ese símbolo por tener la carqueja tantas y tales propiedades medicinales que difícil sería encontrarle un parangón. Venían a ponerse a la orden ya que la factoría seguía funcionando a todo vapor con el sistema de que unos les enseñan a los otros para que nadie sea imprescindible. Claro estaba que pronto la tecnología secreta de la fabricación de bolas iba a pasar al dominio público.
-Sí, tendríamos que obtener ventajas definitivas antes de que pasen al dominio del enemigo.- opinó el Cholo.
Ernesto quiso saber qué podría ser una ventaja definitiva porque a él le parecía que de la tecnología implicada se podían sacar tantas y tan novedosas aplicaciones que fabricadas industrialmente más bien iban a dar renovados bríos económicos y militares a las compañías que invirtieran en eso.
-Pero en este caso –contestó Cholo- el producto en realidad es de baja tecnología y todo el mundo puede fabricarse lo que quiera en su propia casa. Seguro que las bolas de los ángeles son mucho más perfeccionadas -por algo no se la han pasado a sus aliados terrestres- y sin embargo no nos ha ido nada mal cada vez que los hemos tenido que enfrentar. Es el factor humano el que cuenta. Sólo tenemos que evitar que nos aplasten antes de que estemos preparados para una guerra general.
Manuel pareció despertarse sólo al final.
-No puede haber otra guerra general. No importa quien la gane. Vamos a encontrar la manera.
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