Con el amanecer del nuevo día, las noticias tranquilizadoras comenzaron a caer como las primeras gotas de una lluvia de verano golpeando contra las chapas de un techo agobiado de calor. El transporte funcionaba. Había agua y luz. Los hospitales recibían el exceso de pacientes que salían de las clínicas. Se horneaban panes y bizcochos. Se molía el trigo y se embolsaba para llevarlo a las fábricas de fideos. Volvían los gurises a la escuela, llenos de cosas aprendidas en sus casas para enseñarle a los maestros. Los maestros aprendían a respetar las palabras del pueblo y la fonética de los barrios. La medicina dejaba de ser un negocio.
Para el mediodía todas las radios se encendieron desde Bella Unión a Castillos, no daban abasto con la lista de resoluciones aprobadas en las comunas. Y a continuación no dieron abasto las voces de todos los vecinos para compararlas y criticarlas con un nuevo sentido de la igualdad y la diversidad. El milagro estaba en marcha.
A las dos de la tarde Manuel estalló en un zapucay golgorioso que se sintió a pesar de los pinos, desde El Bosque a Shangrilá, mientras corría y daba saltos por las calles polvorientas. Hasta Becú y Gioanastasio donde le recibió el dueño de la barraca, llorando de contento por haber regalado casi todos lo materiales a aquellos que ansiaban robarlos. El Farmacéutico de Lagomar, fundido en 24 horas. El presidente del Club, transformado en comedor provisorio. Y el Chumbo. El Chumbo había permanecido por ahí, desde la invasión y durante ella, viviendo de algunos ahorros y enseñando su oficio, por si acaso, a los jóvenes de la nueva generación. Se estaba quedando sin trabajo, pero en años su jeta de negro ladino, se había tenido que estirar tanto para contener aquella sonrisa.
-Quiero verlo al Cholo!
-Ahí atrás viene.
-Negro hijodeputa! ¡Que tenías razón, nomás!
Cholo llegó corriendo con los brazos abiertos y fueron seis los que se trenzaron sobre los hombros de los tres amigos que ahora sí bailaban dando saltos como los massais aunque sin lanzas, ni tan ágiles pero si contentos y decididos a profundizar el juego hasta el último nivel.
-Vení, Chumbo. Vamos a hacer una recorrida en las bolas.
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