miércoles, abril 09, 2008

509. Vermú, té con limón.

Se sintieron golpes en las chapas de la puerta y la voz de Margarita que sin disimular la preocupación preguntaba por el asado, si no sería ya hora de encender el fuego y por ejemplo invitar a Miguel para que se quedara a almorzar. Abelardo había olvidado a su amigo y de pronto se acaloró de indecisión, aunque...

-Sí, haceme el favor hija... Nosotros ya vamos para ahí, dejame el fuego...

Total, ya tenían sellado un pacto tácito con su nieto aceptándose las respectivas historias como verdaderas. La segunda presidencia de Lacalle por un lado y el Satanás de cuernos y pezuñas por el otro, por no decir más que aquellos puntos que habían sido más duros de tragar -aunque al parecer Manuel ya venía curado de espantos...
Lo increíble era ver la semejanza casi perfecta entre los dos Manueles, que a no ser por esa cicatríz en el brazo derecho de éste, que no había visto nunca en el otro... En cuanto a las personalidades, se podrían decir perfectamente paralelas, todas las características que conocía del primero aparecían en este nuevo, más o menos destacadas, produciendo en conjuntop una apariencia de ser el mismo aunque distinto. Aquél más alegre e inocente, este... se notaba un poco preocupado...

-Abuelo, necesito tu ayuda para construir una pequeña bola para...

El abuelo hizo ese gesto que quiere decir dejate de joder y tambien después hablamos, vamos nosotros a hacer el asado, total, que comámos a las tres de la tarde da lo mismo. O cosa por el estilo, mientras abría la puerta a la luz del oriente.
Claro, no habían previsto que la reunión continuaba frente a dos testigos nada proclives a las especulaciones multiespaciales. Se dieron cuenta mientras caminaban hacia donde Miguel aguantaba su gesto de querer hacer preguntas. Explicar lo que habían conversado dentro del galpón parecía por el momento, apresurado, pero nada se perdía con lanzar algunos datos y esperar la respuesta. Hubo una mutua mirada.
Se puso a juntar trozos de leña, Abelardo, para ir colocando en el parrillero, armó lo que iba a ser una hoguera, pero antes de encender la llama preguntó si preferían degustar la reunión con el agregado de algún aperitivo. "Vermú tengo blanco y rojo." Blanco -dijo Miguel. Margarita un té. Manuel, nada y Abelardo, con limón.
Por esas cosas Miguel se puso a decir unas cosas que al juntarse con otras pasaban a significar algo como amnesia movil cerebral, porque de eso se trataba el síndrome recientemente tabulado en el vademécum psicopatológico, Síndrome de Pornoi...(Sin quererlo se refería a Las lagunas mentales que había demostrado este joven aparentemente sano y normal. Tu nieto. No no lo llegó a decir así, pero casi, porque por dentro hervía de evidencias diagnósticas y científicas. Hay drogas, se decía por dentro, que obran maravillas en el equilibrio fisiológico de las funciones espirituales, y este muchacho, necesita eso...

-Ya me lo habían dicho antes -rió Manuel antes de darse cuenta de que acababa de leerle el pensamiento a alguien. Y pensar, que la victima estaría reconociendo sus joyas en las palabras que oía, llegando a la conclusión de que le estaban robando los pensamientos, y levantando la mirada acusatoria en busca de descubrir al ladrón. Pero, no. Al pasar de los segundos ninguna mirada se veía. Nadie se sentía robado, porque nadie había pensado.... Y Miguel tenía presencia de ánimo suficiente para contener cualquier manifestación de sorpresa.
Fue cuando Manuel aprovechó para repetir casi palabra por palabra, hasta con las difíciles, como vademécum y esas, todo el diagnóstico que se le endilgaba. Fue suficiente. Miguel reconoció entonces su sorpresa y la autoría del diagnostico, pensado en la intimidad de su propia mente antes de haber sido invadida. Esa era su protesta. Nadie tenía derecho, por muchos poderes que le asistan, a entrar a nuestra casa sin permiso.
Manuel pidió disculpas explicando que aquel era un poder o habilidad que le traía más problemas que provecho, que cuando lo quería ejercer, no funcionaba, que funcionaba cuando no se lo pedía.


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