Sin embargo Mandinga tampoco las tenía todas consigo. Sus ojos, grandes y movedizos recorrían amplias orbitas sin detenerse ni en el piso, las paredes o el techo. Parecía querer descubrir en los cambios de tonalidades de la luz, las intenciones ocultas de quienes la estaban manipulando. De pronto frunció el ceño.
-Me voy muchachos. Trataré de averiguar cuales son los planes de mi primo.
Apenas lo dijo, ya su imagen se fue yendo hacia adentro y desapareció en la nada. Eran las cinco de la tarde y por extraño que pareciera el aire de la caverna se estaba calentando. Pronto, aquella vibración multicolor se transformó en millones de puntos luminosos que parecían dispuestos a desintegrar todas las cosas, el aire, pero también los cuerpos de las personas, volviéndolos traslúcidos y de contornos difusos. Todo emitía luz y calor…
De pronto sonó otra vez aquella grotesca carcajada. En medio de evanescentes lenguas de fuego, allí enfrente a ellos había aparecido el majestuoso chivo de las largas crenchas. Hacia atrás se le veía acompañado por miríadas de demonios, mitad humanos y mitad caprinos, que berreaban y se apretujaban como el ganado cuando es forzado a pasar por un brete estrecho. Eran verdes algunos y rojos encarnados otros, con gruesos manchones azabache que les pintaban diversas zonas del cuerpo al azar. Pero demasiados. Millones tal vez, que en majadas posiblemente infinitas se extendían por aquel sector del incendio que a lo lejos terminaba en la negra cordillera del fin del mundo. ¡Pura ilusión!
Manuel esperó de frente a que el bicho se acercara. No estaba dispuesto a dejarse engañar por la tramoya. Sabía que, con malas artes o sin ellas, todos los espíritus son iguales, y que puestos a lidiar encuentran en sí mismos la fortaleza originaria que nace de su simple existencia.
La voz aguardentosa reprochó:
-Lo dejaste huir…
-Nosotros no somos tus carceleros.
-Teníamos un pacto…
-No es cierto.
Otra vez sonó la carcajada que retumbó entre las verdaderas paredes de arenisca justo en el momento en que las llamas se generalizaban sin quemar más que la apariencia ni consumir siquiera el oxígeno. Satán evitaba enojarse. Su boca doblada sonreía por lados alternos mientras aquellos ojos de pupilas ovales, pestañaban sin dejar de observar todo el tiempo al contrincante.
-Eres inteligente… y atrevido. Te diré… Existen para ti dos posibilidades. Estar conmigo o con el viejo Dios.
-Con Dios o con el Diablo… No creemos en eso.
-¿Acaso conoces otra posibilidad? Conmigo tienes todo para ganar…
Había acompañado las últimas palabras con un ligero gesto de pezuñas que en el aire pintaron un paraíso caribeño de palmeras y mulatas en la playa.
-¿Acaso prefieres otra cosa…? Sólo tienes que pensarlo o dejar que yo adivine… Vamos, aflójate! Acaso no estoy peleando por la causa de los humanos…-con el rabillo del ojo vio allí el grupo de los asustados jóvenes Tucus-…la causa del planeta Tierra…
Manuel por cierto se aflojó, pero no en el sentido que pretendía Satán. Era evidente que nada nuevo se había inventado en el arte de seducir. Aquello que tenía enfrente, sin negarle poderío ni peligro, no era más que un clásico embaucador de incautos.
-Dicen que las mismas pavadas le dijiste a Cristo hace dos mil años… ¿Por qué no nos dejas en paz…?
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