miércoles, octubre 01, 2008

604. Cuestión de estilos

Eran hechos consumados que al caer sobre las conciencias resonaban sordamente. Como si una pirámide egipcia se precipitara sobre cada plaza de cada pueblo de cada país, al unísono, e irremediablemente. Como la bomba de Hiroshima. Para estar después allí instalada, cada día del futuro. Impasible. Sin explicaciones ni pretextos. Como si siempre lo hubiese estado. Y siempre lo fuera a estar.
Inmediatamente se reabrían las bolsas de las capitales. Los cines de los shoppings. Los puestos de venta de hamburguesas, los casinos, los sex-shop, las peluquerías para perros, los consultorios astrológicos, los programas de chismes de la TV...

Por la rampa principal bajó Mandinga a paso lento y desganado. Traía el rostro descompuesto y sus largos brazos simiescos pendulaban a los lados, sin propósito ni gracia, cada vez que uno de sus enormes pies daba con el empedrado.

-Ahora sí que el hijodeputa me va a buscar...

Preguntaron los otros por qué le guardaba Satanás tanto rencor y Mandinga suspiró.

-Será tal vez porque mi familia conoce a la suya desde los tiempos en que fueron humillados por el viejo Jehová y arrojados en un agujero negro que los tragó como una boca hambrienta... Siempre fueron orgullosos.
-Y los otros... Los Espíritus Oscuros, por ejemplo, ¿Los conocen de hace poco tiempo?
-Sí, relativamente. Los Espíritus no eran importantes. Cobraron poder cuando aprendieron a dominar la Energía Oscura, ya en esa época los Satanes habían logrado salir, se estaban recuperando, construían una serie de alianzas... hasta con mi familia... teníamos un enemigo en común.
-¿No sabían acaso, que eran mala gente?
-Sí, pero en la desgracia. Uno siempre simpatiza con los vencidos... A mi padre no le gustaba que fuera a jugar con Satanito, cuando los dos éramos niños...

Intervino Cholo para conducir la conversación hacia lo que importaba. Mandinga era el único que les podría advertir sobre los puntos débiles del nuevo enemigo. Sobre cómo defenderse y, en todo caso, cómo atacarle si eso llegaba a ser necesario.

-¿Con tu ayuda podríamos mantener nuestra independencia?
-Es probable. Ustedes tienen una mente muy fuerte, son muy porfiados, pero no sé los otros...
-¿Porfiados...?
-Sí, el peligro mayor es que les convenza. Tiene mucha habilidad... aunque últimamente... claro, cada vez es más poderoso...
-Pero no puede ser tan sencillo como no dejarse convencer... -objetó Manuel. -Con su poder podría matarnos a todos.

Mandinga sonrió casi con tristeza. Miró a su hijo y lentamente le fue dando una lección que creía importante.

-Empecemos por entender que hasta para un malvado es importante tener un público adicto, o al menos, un público... Y no es sólo una cuestión de vanidad. En el universo que conocemos no existe poder mayor que el poder de la conciencia. La suma de todas las conciencias es la suma de todo el poder. La materia, la energía, las fuerzas que organizan el Universo, no son otra cosa que subproductos de la conciencia. Las conciencias no se pueden matar. Nadie sabe cómo podría ser hecha tal cosa. Sólo se puede confundir o trasladar a los seres molestos, mantenerlos a distancia. Matar es una forma de alejarlos, pero, tiene el inconveniente de que al pasar las conciencias a otro plano dimensional, escapan al control de quién los mandó. Vean el caso de Germán Oesterheld, que es como el de tantos otros. Él, después de asesinado, vuelve a luchar por sus mismos viejos ideales sobre la Tierra... Por eso entre los dioses todo termina en reparto de territorios y reparto de clientes. El poder de un dios se alimenta del poder que roba a cada uno de sus seguidores. El negocio es convencer. Jehová lo hacía con su mejor invento La Culpa. Y el temor, claro. Los Satanases se especializaron en la seducción y el engaño, pero... a la larga todos se parecen.

Cholo se quedó murmurando.

-Así que entonces...nosotros...
-Tienen que seguir haciendo lo que han hecho con la política. Cada uno con su conciencia. Nadie debe ser más que nadie. Nadie debe ser atemorizado, ridiculizado por ser como es, amenazado o pereguido. Nadie es dueño de la verdad... y esto, que parece ser una verdad revelada, bien mirado, no es más que el punto de equilibrio entre todas las verdades individuales.

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