viernes, junio 13, 2008

552. LA ROPA

En cambio cuando despertaron pasado el mediodía, los pajaritos cantaban en las ramas, el cielo parecía absolutamente luminoso y un tenue aroma de comida de olla se extendía por el barrio. Como el día eterno que pervive en la memoria como siendo siempre el mismo en un mundo que pueda entrar en una postal tridimensional, colorida y aromatizada.

Los párpados se abrieron remolones. Era la misma casa, la misma ventana, aunque distinto el ropero. Los vidrios más limpios, los muebles más nuevos. La tibieza de la flaca era la misma... pero había que ponerse en movimiento.

Comenzando por... Algo apropiado y rápido para lograr una forma de retorno. Un canal, una brecha que separara las dimensiones como las hojas del libro permitiendo encontrar la página adecuada a la continuación de la historia. Ja. Otra vez con esa idea loca que se empeñaba en retornar. ¡Las páginas del libro! Como si pudiera una vida escribirse. Una vida sencilla siquiera, la del tipo que va todos los días al laburo, de lunes a viernes, dejando el fin de semana para la familia, los tallarines y el vaso de vino. Pasan tantas cosas...

Con la ayuda de Magda sería más fácil reconstruir los detalles de una bola.

Se tiró de la cama y al tocar con los talones en el frío del piso recordó que estaba desnudo y que la ropa, toda la ropa seguía estando empapada. La puta. Margarita le podría prestar algo a Magda pero a él...

En eso se sintieron acercando una serie de telúricas explosiones que no podían ser otras que las de la Harley de Ernesto Federico. Taloneó hasta la ventana y vio que así era, que Federico se acababa de bajar del aparato y allí, en el pasto del frente conversaba ahora con Margarita. Era el mismo aunque, un poco más juvenil, y hablaba con mucha naturalidad con su madre, gesticulando y riendo mientras golpeteaba el casco que se acababa de sacar, contra la rodilla descolorida del jean
.
Mojados y todo se puso el vaquero y los champeones. Cruzó hacia el baño, viendo el interior de la pieza de Margarita, que no existía en la casa de allá, con las paredes cubiertas de cuadros, y un gusto femenino que se advertía a pesar del gran desorden. Tal vez el perfume. Se puso la remera roja, se lavó la cara, y los dientes como pudo con los dedos y mucha agua. Salió enseguida y se encontró con Margarita que venía entrando.

-Estaba pensando en eso, en la ropa, tenemos que conseguirte ropa seca. Vino un amigo de papá con su moto. Me va a llevar hasta la casa... La ropa de papá nunca la traje....

En eso se sintieron los pasos del que cruzaba la puerta.

-Permiso...

Entraba porque quería conocer los extraños jovencitos que se decían capaces de entender y hasta manejar la incompresible computadora de Abelardo, con sus resonancias dimensionales y su tendencia a hacer saltar los fusibles.
Seguía siendo negro y grande. Extendíó la mano y apretó los huesos de Manuel.

-¿Así que saben manejar la máquina de Abelardo?

Era una menera de presentarse diciendo que en cambio él no lo sabía.

-He estudiado bastante pero... Las ideas de mi amigo no figuran en los libros...

Mientras tanto Margarita salía de su pieza con una brazada de prendas que previo golpeteo de puerta pretendía entregar a Magda para su elección.

-¿Donde aprendieron ustedes...?

Magda se restregaba los ojos apenas cubierta por la sábana.

-Gracias.

-Teníamos algo parecido y...nos escribíamos con él.
-¿Cartas...?
-No, ...mensajes...

Magda apareció en la puerta del dormitorio con los pelos revueltos, un ancho pantalón verde y unos zapatos de tiras.

-Hola.

-No sabía que Abelardo tuviese otros amigos que Miguel, el farmaceutico y...
-Yo en realidad más que amigo vengo a ser su nieto.

Margarita ofreció una taza de café, o mate. No tenía mucha idea de la hora que pudiera ser. Ernesto la estaba mirando. Se puso colorada.

-¿Nieto?

Recordó que había comprado una bolsa de galletas malteadas. Comenzó a ofrecerlas con insistencia.

-Bueno, nieto adoptivo. -Acomodó Manuel justo cuando le venía el primer estornudo.

-¡La ropa seca! Venga Ernesto, vamos a buscar la ropa. Después conversamos.




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