viernes, junio 27, 2008

559. TODOS LOCOS

Después quedaron suspensos. Las miradas todas en los últimos movimientos de las peonzas pétreas que parecían ralentar sus movimientos y disponerse al descanso cuando de pronto, como el sonido de aquellos viejos discos que a veces patinaban, todo comenzó a recobrar energía. Las luces intermitentes a parpadear con mayor frecuencia. La luz violácea que rodeaba a la caja transparente central, a fluctuar con mayor energía como si comenzara a latir de nuevo su corazón de plasma. El teléfono celular de Magda a llamar con ese ringtone parecido a un balido...
Magda se sorprendió más que los otros. Sabía ella que nunca hubiera cargado en el aparato tamaño mamarracho, en lugar de su acostumbrada Marcha Turca. Lo puso sobre su oreja y quedó helada cuando por el cribado del plástico sintió resonar una especie de carcajada caprina que se destacaba sobre un coro descompuesto de berridos estridentes. Enseguida, y antes de que nada dijera vio como el halo violeta de la máquina de Abelardo crecía en forma de lengua hacia ella y Manuel. Que los atrapaba en su baba luminosa, los arrastraba reduciéndolos hasta el tamaño de los guijarros que ya veía a su lado y...

Bien, que no había forma de resistirse a aquella avalancha de gentes desesperadas que avanzaba sin miramientos como si aquel fuese el último día, o el último cohete a partir de un planeta a punto de estallar. A su lado iba Manuel avanzando de espaldas, aferrando su mano y viendo, como ella, aquel ridículo cartel suspendido del techo que sólo decía las dos palabras escritas en enormes letras negras: ESTACIÓN ONCE. Vio que los labios de Manuel pronunciaban algo que ella no lograba escuchar, completamente tapado por el coro de insultos que aquellas gentes pronunciaban de forma continua,acompañando los codos que hacían palanca sobre las costillas de los vecinos, los pies que flanqueaban tobillos o pisaban colegas, los hombros que cuando no empujaban como arietes de rugby, se escurrían de perfil entre otros cuerpos como la quilla de alocados rompe huesos. Insistía Manuel, ahora ya a los gritos, medio perdiendo el equilibrio. Insistía y por fin Magda pudo intuir que se refería a la conveniencia de girar ellos también y ponerse a tono con el avance de la muchedumbre. Lo hicieron a tiempo para no ser pisoteados sobre el hormigón de aquello que parecía ser un andén, ya que adelante se podía vislumbrar los techos de lo que al parecer serían una serie de vagones detenidos hacia los que el flujo de aquella horda parecía dirigirse y apretarse y embutirse, sin pausa y sin que los pobres carromatos tuviesen tiempo siquiera para hacer un disimulado provechito.
De pronto estuvieron adentro y apenas resistiendo el ascenso del estómago que se les quería salir por la boca, sonaron las puertas lanzadas sobre sus topes y, toda la maza compacta que ellos formaban junto con los otros, los respaldos de los asientos, los hierros y todas las indistintas cosas que lo rodeaban, se puso en movimiento... ¿Hacia dónde...?

-Estamos en Buenos Aires -explicó Manuel al oído.

A Magda la información no le servía de mucho pero pensó que no era momento ni lugar para demasiadas explicaciones, estaba tratando de zafar una de sus rodillas que había quedado incrustada entre las carnes traseras de una señora que por sobre los hombros de otro cuerpo acababa de abrir escasamente una revista llena de fotos, para después girar el cuerpo o por lo menos la cara y sacar su nariz de la zona de influencia de aquel perfume tan intenso y pegajoso que le estaba a punto de inhibir las pocas ganas que le quedaban de respirar.

-Me quiero bajar.

Bajaron cuando pudieron hacerlo, es decir cuando la masa humana que les rodeaba así lo decidió, pariéndoles de forma explosiva en otro andén, ahora mucho más pequeño y que ni bien el tren volvió a partir se vació rápidamente dejándoles solitarios y en silencio frente a un kiosco de revistas.
El kiosquero tenía puestos unos enormes auriculares por dentro de los cuales parecía estar escuchando alguna música que le hacía marcar el ritmo con el pequeño matecito de hierro enlosado azul bolita que sostenía con la mano derecha y con la pava de aluminio que sostenía en la izquierda, mientras miraba hacia el otro lado de la vía aquella muchachita de vaqueros ajustados que se bamboleaba nerviosamente de un lado para otro.

-Decime... -en realidad Manuel sentía necesidad de preguntarle algo sin saber qué cosa preguntar.

-Decime...

El kiosquero parecía no escucharle y continuaba con su mirada enrojecida y su ritmo y sus rastas puestas todas en quién sabe qué ensoñaciones que hasta tal vez ni tuviesen que ver con la muchacha del otro lado.

-Decime...

Ahora de pronto recordó que tenía aquel amigo que vivía en Merlo.

-Decime... Eh, vo,... loco,... pinta,... chavón,...pibe,... ¡CHE!

El otro se sacó a penas los auriculares.

-¿Qué...?
-Merlo... ¿queda muy lejos...?
-Están todo locos.
-Te preguntaba por Merlo. Un lugar que se llama Merlo... ¿No lo conocés?
-Los veo bajar y subir del tren y possta possta, que están todo locos!

Magda tiró del brazo de Manuel tratando de alejarlo.

-Pero te estaba preguntando por un lugar. Como podemos ir hasta Merlo?
-Merlo, sí Merlo... En Merlo también. Yo soy de allá y te bato la jussta. Están todo locos, como los de acá.
-Pero ¿Queda muy lejos?
-Y... queda si, muy lejos o... muy cerca, según cómo se mire... Yo, por ejemplo ni me doy cuenta.
-¿Como que no te das cuenta...? Cuanto demorás en ir...?
-Eso, jussto eso, no me doy cuenta... Subo al tren a la medianoche y me parece que ni me termino de sentar, podrás creer?
-Queda cerca entonces... y en este mismo tren... Cuanto cuesta el pasaje?
-No, qué va a quedar cerca. Hay trenes que terminan ahí. Lo que pasa es que yo ya me apiolé de que todo es joda, por eso no me vengo loco.
-¿Y cuanto cuesta?
-¿Que cosa?
-El pasaje.
-No qué pasaje! No pagués, no seas tan gil!
-Mirá somos uruguayos y recién hemos llegado. Si sos de Merlo capaz que conocés al flaco Felipe.
-¿Un yorugua que se llame Felipe... y yo que se... ¿Vo, flaco, tenés idea de cuantos flacos hay en Merlo...?
-Bueno pero este es uruguayo...
-Peor. Por ahi andan más yoruguas que argentinos... Y... ¿ustedes, tienen dónde quedarse...?
-Y...

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