jueves, julio 19, 2007

351 Todos para uno y...

Con la escasa luz que largaban las bolas detenidas sobre las cabezas, aunque escasa suficiente, se olvidaron del grupo electrógeno y siguieron como antes intercambiando conceptos de cada vez más subida elaboración. Que no otra cosa hacía aquella muchedumbre, que pensar de golpe lo que nunca en sus putas vidas habían pensado. Porque eran los mismos que se peleaban entre amigos por un partido de fútbol que jugaban veintidós jóvenes de negocios mientras ellos trabajaban. Cuando no por poner en la tele un programa ganso y no otro, como si no fuera cierto que con cualquiera se iban a dormir a los cinco minutos.

Ahora en cambio estaban alzando vuelo en círculos elevados que se dibujaban no en este cielo casi invernal sino en uno de brumoso verano, en el que las masas calentadas por todo un día sereno de sol quemante, se comenzaban a elevar sin hacer por cierto más que un sordo silencio. Allá iban los pensamientos recién salidos de los cascarones, ya volando en las alturas sin demostrar ninguna torpeza, como si este fuera un movimiento previamente ensayado con acompañamiento de música, galante por cierto, que saliera de algún lado. Tanto y tan hondo filosofaban que en el análisis de la manera que debería ser tratada por la sociedad los casos graves de desvío de conducta, les venía faltando tiempo nada más que para la introducción, durante la cual entre tres vecinos terminaban de destripar de una manera sanguinaria todos los conceptos anteriores de falta y castigo. Crimen y Castigo. Acusaban a la sociedad de cobardía y egoísmo por no querer hacerse cargo de las consecuencias de sus propios errores pero ni tampoco del cuidado y contención de las victimas, que no eran otros que los mal llamados criminales. Y no argumentaban desde ningún aparente sentimiento culposo, sino desde el optimista modelo de sociedad libre que esbozaban entre los tres, en el que comenzaríamos por primera vez a vivir como hermanos, en una familia donde la infelicidad de cualquier miembro fuera la de todos. No habiendo ningún Dios, deberíamos reconocernos como una comunidad de huérfanos en la que fuera cierto aquello de “todos para uno y uno para todos”

A esa altura de las ponencias muchos lloraban abrazados para no caer en la soledad, aquella soledad que desde el rincón más oscura del alma tantas veces les habría ladrado el encono y la revancha. Escuchaban a Miguel, a Leonardo o a María Luisa como si lo que estuviesen diciendo, fuesen las cosas más obvias, las que siempre hubiesen pensado, o practicado, lo cual no era cierto. Por cierto, que nunca lo habían pensado más que como un reverendo disparate que algunos locos sostienen por no tener en la cabeza más que un montón de ideas mal leídas y peor entendidas. Y sin embargo no se mentían, al sentir que estaban de acuerdo con lo que escuchaban. Acababan de saldar la lucha entre la maligna condición humana y la benigna para el lado de la última y se sentían dispuestos a sacrificar todo lo que hubiesen podido rasguñar para si, de la antigua sociedad, e invertirlo en la bolsa común de la nueva hermandad. La batalla de Lagomar y la Ciudad de la Costa estaba ganada.

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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