sábado, julio 21, 2007

352 Entre el humo de los chorizos

Terminada la asamblea, grupos de vecinos se reunían continuando el análisis de casos concretos para cuando tuviesen que resolver haciendo todos de jueces, de consejeros o de simples amigos, como se sobreentendía que iban a ser casi en todo momento, sin distinguir demasiado entre cada uno de esos roles, porque no era eso lo importante, sino el desarrollo permanente de las mejores condiciones humanas para volcarlas a la sociedad y con ello salir todos beneficiados.

Los muchachos estacionaron las dos bolas sobre el techo de la sucursal de UTE y bajaron hasta la vereda de la farmacia desde donde se elevaba aquella columna de humo con perfume de carne asada. Era un buen costillar y unos cuantos chorizos los que chirriaban sus gotas jugosas sobre las brasas. El asador era Miguel, quien sin contener la alegría que desparramaba su rostro, sonreía con las manos apoyadas sobre una vara chamuscada que le estaba sirviendo de fogonero. El asado era para el que quisiera acercarse, como igual eran los otros que cuadra a cuadra tentaban el desvío a tantas gentes que habían iniciado el regreso a sus casas abrazados bajo las celestes estrellas que parecían esa noche guiñar sus luces más que nunca. La alegría era tranquila como tranquila es la corriente de los grandes ríos que sin apuro llevan adelante toda su masa líquida que no es sólo agua, sino vida, variada y compleja manifestándose y desarrollando hasta el máximo posible todas sus posibilidades potenciales.

Alguien trajo música que se fue dejando sentir bajo la copa del gran eucalipto que sostenía las lamparillas mientras Miguel cortaba en dos y a lo largo el primer chorizo para despanzurrarlo sobre el pan y entregarlo a la primer mano que se acercaba en la espera. De Cojinillo por Los Olimareños, sonrisa amorosa que por el aire se desparrama sobre esos personajes que somos todos o fuimos en algún momento, simples humanos tratando de adaptarse a unas condiciones que nunca son del todo elegidas, entenderlas o al menos intentarlo, mientras alegremente nos vemos vapuleados por oleadas de emociones pasajeras. Aquí o en la China a todos les llega ese momento aunque más no sea antes de morir, cuando el complicado edificio de nuestras vanidades se demuestra inservible para protegernos de nada y nos largamos a nadar las grandes aguas de la verdadera vida sin otro escudo que la desnudez.

Un vecino se acercó al fuego trayendo su rostro desde las sombras para mirar, levantando unos ojos no muy acostumbrados a hacerlo, hasta los de los pocos que permanecían junto a Miguel, e iniciar un discurso sordo que no parecía haberse iniciado recién, sino venir desde un largo monólogo sufriente. Dijo:

Perdonar cuando ya no existe más rencor, no sería nada. No sería mérito. Más que perdón es aburrimiento. Entonces…Qué puedo hacer para reconciliarme con mi hermano ahora, cuando todavía lo odio.

Terminó de hablar teniendo los ojos puestos en Manuel. Esperaba alguna luz, algún bálsamo que viniese a calmar sus ardores. Por eso calló y esperó en silencio la llegada de una condena que no imaginaba leve.

Manuel apenas se acercó para poder apoyar una mano sobre su hombro y decirle casi sordamente, que él no era nadie para darle un consejo, pero que, por lo que veía, ya había perdonado a su hermano, sólo restaba perdonarse a sí mismo, eso sería la reconciliación

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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