lunes, julio 02, 2007

340 Acostarse en la sombra clara.

-(Vamos con los otros) –respondió el pensamiento de Magda, conteniendo apenas, por no arengar en demasía, el deseo de festejar el triunfo, aunque para ello no necesitara apenas, ninguna justificación más allá de saber que la lucha la inicia siempre el otro bando. Respondan a quién respondan y tengan o no alas pegadas en las espaldas. Que la verdad manda más que ningún endiablado engendro que venga en nombre de Dios, el mentiroso. Que nos ama dice, mientras descoyunta criaturas para calmarse los nervios, o el aburrimiento, y se reza a sí mismo la oración que le santifica el nombre…Milenio tras milenio, sin llegar a convencerse nunca, ni aun con la ayuda del millón de veces que el coro de los alcahuetes repite la palabra amén.

-(Vamos)

Los campos se veían ahora libres de pájaros con garras, corría una suave brisa del oeste, que aunque fresca, en la luminosidad de la mañana parecía augurar la prolongación del verano en pleno otoño, porque…¿para qué la luz, sino para iluminar las flores que se abren y los follajes que se crecen, dando colchón a los que se cansan y sombra clara a los que se acuestan? Pero, no importa. Vendrá después el invierno trayendo también lo suyo. Ese recogerse en los interiores junto al fuego, mientras los guisados en camino perfuman el ambiente poco a poco… Esas camas maravillosamente acogedoras donde encontrar el cuerpo compañero junto al cual amanecer en brazos. Esos brazos…

-(Flaca…)

-(¿Sí?)

-(¿Vos creés que yo soy predestinado…?)

-(No se que es eso…)

-(Que es mi destino. Que no puedo escapar de esto…)

-(Creo que todos ponemos nuestra fe en voz)

-(¿Y por qué…? ¿Por qué en mi?)

-(No lo se… es algo…Yo no puedo desconfiar de vos!)

-(Pero yo confío en todos ustedes… Hasta en Mandinga…)

-(Es distinto…)

Bajaron dentro de la cueva del Queguay, sin encontrar más que a las otras bolas detenidas en la penumbra espesa del silencio que miraba para el relumbre que venía de la puerta. Los otros no estaban, todavía flotaba el aroma del café que había estado caliente y tal vez el eco de alguna última palabra…¿Cuánto demorarían…?

Lo extraño era no haberlo pensado antes. Tomarían la bola de Manuel como dormitorio, trayendo los colchones y las frazadas. El cepillo de dientes y el bidón de agua potable. Los guijarros y la poca ropa que habían traído.

Ya lo tenían todo allí. Cerraron la puerta corrediza y con sus mentes en resonancia prendieron una tenue luz. Se desnudaron sin apartar cada cual su vista del otro cuerpo que iba apareciendo. Entonaron esa melodía mental que sola se les había despertado en la piel de los miembros y de todo el cuerpo, a medida que cada parte era revivida en la imaginación del otro. Lo hicieron a cuatro voces, ocho, dieciséis y descendieron muchas veces a las octavas más bajas, las de los mordiscos y los forcejeos, para levantar después el canto de nuevo a las filigranas de la polifonía.

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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