El flaco no sólo traía las botellas, traía nuevas noticias del estado de la convulsión social. Más que estado, desestabilización progresiva e indetenible. En varios lugares había intervenido la policía para quitar las barricadas que cerraban calles o apagar antorchas que amenazaban propagar su fuego desprolijo hacia las hojarascas secas que cubrían las veredas. Las proclamas eran contra el gobierno, este o cualquier otro. El slogan, “Democracia Directa Ya” Nadie quería obedecer, pagar impuestos ni cumplir con leyes que no fueran consensuadas. El problema se complicaba momento a momento por las discrepancias entre las distintas comunas ya establecidas. Algunas sólo admitían leyes votadas en la plaza pública, otras ni siquiera eso. Estaban proclamando la absoluta soberanía de cada individuo para hacer y deshacer lo que se le cantara. Lo que se dice un caos. La ruptura del consenso mínimo. Había tenido que salir el Pepe en persona a tratar de calmar los ánimos y tender puentes de diálogo entre el gobierno legal y la masa oceánica de la soberanía popular, pero la gente pedía la renuncia del gobierno y que vinieran todos de a pié a conversar de igual a igual. Preguntaba qué le habían hecho a las bolas, que ya no se veían. En algunos lados solo aceptaban hablar con Manuel.
-No nos queda tiempo. Armemos dos bolas y salgamos. –Dijo Manuel.
Ernesto estuvo de acuerdo, era de temer una escalada represiva.
Juntaron algunas herramientas y fueron todos a ver el problema de la camioneta que con alambre quedó sobre su rueda. A la vuelta comenzó el trabajo de ajustar una fija entre las rocas para que Dengue tensara los alambres antes de empezar con las trenzas. Oscar, sin entender, nada se puso a la par de Magda en el corte de las botellas y Ernesto a cocinar engrudo en la garrafa.
Cuando llegó Cholo ya habían cuatro cuerdas listas descansando a lo largo del piso. Calzó otra fija y repitió lo que le veía hacer al Dengue, trató de repetirlo, deshizo lo que trenzó mal, ajustó más las pasadas que le quedaban sueltas, se lastimó los dedos con el filo de las tiras…Se fue a verificar las medidas en los planos. Para la medianoche empezaban a pegar las hojas de papel con el engrudo. Las cuerdas ronroneaban mientras entre todos daban forma a la segunda nave. Terminaron a la madrugada. Estaban cansados.
Fue poco lo que durmieron porque temprano a Manuel se le ocurrió aprovechar el tibio sol de otoño para secar el engrudo. Montó en la bola más fresca y luego de tantearle los distintos acordes, la sacó verticalmente hasta atravesar todo el copete del cerro y quedar encima, detenida sobre las piedras a merced del viento que soplaba…Se tuvo que quedar adentro a sostenerla con el peso, y a pensar. Fue recién entonces que echó de menos la presencia de Mandinga.
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