Entonces llegó una llamada de Miguel que estaba con la gente de San José todos a oscuras pidiendo la llegada de las bolas para acarrear un grupo electrógeno que pensaban robar del aeropuerto. Como explicarles ahora que eso era imposible de hacer sobre un piso de cartón pegado con engrudo? Y como no decirlo, sin repetir las viejas mentiras de todas las religiones adoradoras de personajes eternos, todopoderosos y etc. Porque supuestamente la gente les estaba creyendo por lo menos semidioses… Se había ya corrido la noticia de la levitación de Manuel cuando el médico milico le había querido acogotar y otras muchas, mitad verdad y tres cuartos mentira, como la afirmación de que los pilotos de las bolas emitían luz desde sus ojos y que Manuel cruzaba la laguna caminando sobre las aguas.
Ya vamos, le dijeron a Miguel porque en el teléfono de Magda se conectaba Pepponne tranquilizando conque el golpe había abortado un milico preso por alguno de sus subalternos decididos a mantener la democracia, única barrera que creían capaz de resistir el avance de las masas. Por otro lado, según fuentes confiables, Mujica sin renunciar habría pasado a la clandestinidad, desde donde estaría armando células a la vieja usanza, capaces según ellos, de resistir el cumplimiento de los pactos militares preexistentes. Qué viejo loco! Pero al menos…
-Qué? No. No está solo, claro, los ultras por otro lado, y algunos grupitos de estudiantes de Bellas Artes…
-Todo bien, Pepponne. Nosotros te dejamos ahora para ir a recuperar sobre el suelo la vieja república anarquista.
-Bueno, pero creo que cuando volvamos a hablar no existirá en Uruguay otro poder que el de las comunas.
-Danos dos horas…
Salieron Manuel con la flaca en una bola y el Cholo con Dengue en otra, fueron con las luces prendidas y se detuvieron sobre la multitud de la asamblea, brillando apenas lo suficiente como para que se vieran las personas entre ellas y a los que pasaban a subirse en aquella silla cuando querían hacer sentir una propuesta.
La República Anarquista de la Costa se acababa de pronunciar por un régimen libertario con consensos adheridos personalmente, aunque fuese bajo protesta, cuando las resoluciones tuviesen que ser tomadas por mayoría, cosa que se aconsejaba evitar dentro de lo posible. Los desvíos o consecuencias indeseadas de las acciones sólo la misma asamblea estaba potestada para juzgar, castigando siempre con penas reparativas más que punitivas, aquellos extremos u otros semejantes que pudiesen ocurrir dentro del marco de los errores colectivos. Porque la sociedad, dijeron varios vecinos sin ser negados por nadie, es la verdadera culpable de la delincuencia en general. La sociedad con sus normas discriminativas generaría, según ellos, las condiciones psicológicas para la aparición del delito como errado mecanismo de defensa, que, al ser castigado públicamente terminaban creando la ilusión de una justicia defendiendo la justicia. Con la consecuencia directa de la inversión de los valores y la confusión general. Soltemos todos los presos! Encerremos a los guardias. Prohibamos la virginidad…a no ser cuando ese sea el deseo de la interesada, claro!
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