viernes, octubre 14, 2011

840. Nadie pasaba por la calle.

Pocas noches como esa. Tras la comida y el sueño del niño, noche cerrada y tormentosa, relámpagos que lagartijean en el cielo  mientras el suelo tiembla sacudido por el trueno. El aire...ay. El aire... justo para que apenas se sienta la piel un poco más cálida al tocarla, deslizando las yemas a lo largo de las espaldas desnudas.
Más tarde el vendaval que abrió la ventana del dormitorio, sus cortinas y postigos, haciendo que se tuvieran que levantar a sujetar todo a oscuras y cagándose de risa, recibiendo parte del agua que diluviaba afuera sobre ellos, para que se tuviesen que secar, uno al otro, allí parados, sin dejar de estar desnudos y al oscuro.

Otra vez. Nadie tenía ganas de dormir. Sólo de eternizar el contacto. Pero la lluvia arresiaba sonando ensordecedora sobre las chapas del techo, a tal punto, que tuvieron la curiosidad de asomarse al porchecito para convencerse del tamaño del meteoro y enseguida saltar y correr a las risas sobre el césped y bajo la catarata de agua. Resbalando y cayendo, sin poder reir con la boca abierta porque se les llenaba de agua.
Total era de madrugada y nadie pasaba por la calle...

Aunque... Un momento! Alguien estaba detenido sobre el pasto de la vereda.. En el resplandor de un último relámpago vieron ese bulto inmóvil bajo la cúpula de un paraguas que brillaba por detrás como una aureola líquida,
Se quedaron quietos sobre el pasto.
El hombre les había estado mirando tal vez todo el tiempo.

-Oiga! Qué está haciendo ahí?
-Nada. Sólo pasaba y...

Mientras respondía eso, el bulto se iba retirando marcha atrás hasta que le dejaron de ver.









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