miércoles, octubre 12, 2011

838. La familia.

La casa pareció no estar vigilada durante los tres días siguientes, por eso al cuarto, munido de sus herramientas en el carrito, Manuel volvió con mucha cautela a ocuparse de sus jardines. Camino a ellos se fue cruzando con muchos de los vecinos de siempre, las hermanas Bronté que volvían de la feria de frutas y verduras con la canasta llena de naranjas y zapallitos verdes, que le saludaron a coro, como niñas holandesas bordadas alguna vez en algún lugar que ya ni recordaba, El Toba, en su moto barullenta y el casco enganchado en el manillar, adentrándose en el desvío arenoso que siempre le hacía colear el vehículo, el viejo Pichi, al que nunca le había conocido el verdadero nombre, de alpargatas de yute bigotudas moviendo los labios como si fuera hablando solo -quién sabe qué historias se contaría - , y otros varios que no ha de ser del caso consignar.
Ya estaban los albañiles trabajando. En la primera casa a la que fue, que no otra que aquella de la famosa señora de las blancas tetas, que  se hubo enamorado de la juventud que perdiera en visitas de novios a la antigua usanza.
Pobre mujer. Pero ahora de otros dueños, -la casa-, una tal familia Peralta, relacionada con un reparto de Vinos "Veterano San Ramón" de Russi y Burastero.

La tierra estaba reseca así que comenzó mojándola con la lluvia más fina que salía de aquella punta de manguera, más antigua que la de los bomberos, pero que seguía funcionando. Mientras tanto algunos pájaros se arrimaron, curiosos por el nuevo movimiento y, especialmente, porque Manuel habíase olvidado de aquel paquetito de maníes tostados que terminaron dispersos sobre el primer cantero. Buen provecho...

Ahora no podía recordar si en el corazón de la derecha les había prometido petunias mientras que las de la izquierda eran gladiolos, o al revés. Bien que eso no fuera trascendente, el haberlo olvidado repetía una cosa que se le venía repitiendo. Es decir "otra vez" una cuantas veces.

A su memoria le estaba pasando algo.

No es que antes hubiese sido un memorioso pero ahora se olvidaba de todo. Le había pasado antes, claro que sí, pero durante el corto período en el que estaba tan enamorado de la flaca que ya no sabía ni como se llamaba, ja ja.
A veces se vuelve difícil mantener una cosa siempre en su máximo, y no es un pretexto, lo que se puede es en algún momento lograr un nuevo máximo más grande que el anterior...

Pero ahora la amnesia no era por esa causa.

Era, bien que lo sabía, causada por las preocupaciones.

Vaya vaya. El muchacho liberal lleno de preocupaciones Quién lo hubiera dicho!

¡El tenía una familia! No la familia por cierto, que cualquiera pudiera desear. Tal vez la suya fuese bastante atípica, pero... una familia, unida por poderosos lazos de afecto y no por la propiedad compartida...

Y su familia estaba en peligro.

Por eso se volvía egoísta. Retiraba su sensibilidad de todo lo hermoso que le rodeaba, como ese atardecer que iluminaba los pinares de cambiantes colores y a la laguna  le erizaba las aguas a contra viento como si fueran chuchos de frío sobre un líquido estaño.
No sentía nada. Ni el canto de los pájaros  escritos en negro sobre aquel cielo escarlata, ni la temperatura exacta del aire que otrora le hubiese despertado el deseo. Esa manera, que a veces las hojas se mueven, de los árboles, de  a una, para no hacer ningún ruido, y decir con eso que hay algo expectante en el mundo, a punto de declararse como un torbellino o tal vez alguna cosa muy distinta.

No la sentía.

Ahora el corazón se le hundía en un vacío profundo a cada paso que le acercaba a su casa.

No debería haber salido.





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