martes, noviembre 27, 2007

438 EL QUE TENGA PERRO QUE LO ATE

Todo eso fue tema de la conversación general que dentro de la espléndida bola plateada de Abelardo se fue desarrollando mientras sobrevolaban el paisaje ondulado que seguía llamándose Uruguay dentro de todos los corazones aunque ya no fuese la república oriental sino la federación de comunas. Tampoco Argentina seguía siendo un bloque único sino cuatro diferentes, todos argentinos y federales. El Brasil no estaba totalmente volcado al anarquismo. Quedaban Estados residuales a la antigua usanza como Piauí y Acre, dominados por una serie de caudillos medievales. Río Grande del Sur ahora se llamaba República Anarquista Farrupinha.

Las comunas estaban funcionando a las mil maravillas, como nunca a algún humano se le hubiese ocurrido tras las experiencia de milenios en los que había que vivir a salto de mata o chupándoles las patas a algún mandón o mandoncito de esos que se cagan todos cuando les toca mirar a la cara al poderoso. Es que en realidad estábamos ya todos convencidos de que la democracia directa era imposible. Que cuando mucho para un pequeño grupito de atenienses que no trabajaban porque tenían esclavos o clientes. Y en otros tiempos cuando la vida era más sencilla y no había necesidad de tener un especialista para cada tema. Claro que la vida entonces era más sencilla porque era como la querían los protagonistas que para mejorarla se reunían con todos sus vecinos. No se aburrían como después cuando les fabricaron millones de televisores que, siempre encendidos no lograron disminuirles el sueño, ni aumentarles la comprensión de nada, sino volverlos zombis. Los tipos se afanaban diciendo discursos a la sombra de aquella enormes columnas de mármol, envueltos en esas sábanas bordeadas de guardas griegas que llevaban hasta una cuarta sobre aquellas sandalias de cuero y tiras y dos por debajo de la mano que saliendo de entre los trapos portaba un rollo de pergamino, tal vez el del discurso, al menos eso era así en aquel friso tallado que aun dormía en lo que había sido el taller del viejo artista.

Y los aplausos venían después de cada discurso que iba a ser recordado y hasta puesto por escrito en un tiempo en que poco se acostumbraba a tomarse esos trabajos, aunque sí a componer poemas con forma de corazón o de arco y flecha y a encontrar la manera de hacer un cuadrado con el material de un redondo. Pasatiempos que encontraban muy inteligentes y merecedores de tanta atención y tiempo de vida como todas las otras artes, incluida la gimnasia y el buen vino.

Ahora pasaba lo mismo. Los discursos no eran muy altisonantes pero cada orador hacía de la síntesis un arte nuevo que se estaba desarrollando mucho entre los jóvenes. Nadie construía oraciones muy correctas pero qué expresivas! Aunque a veces se abusara de la terminología de moda y de algunas morisquetas faciales que ayudaban a comprender el sentido de lo dicho.

Se habían abierto talleres literarios para aprender a decir discursos sintéticos. Había discursos escritos en las columnas de alumbrado. Diez o quince palabras cuya explicación y alcance llevarían veinte hojas. Como el famoso caso de un edicto de una comuna que rezaba:

Artículo primero: El que tenga perro que lo ate.

Artículo segundo: El que no, no.

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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