martes, noviembre 22, 2011

858. Las Turbias Aguas del Río de la Plata.

A Magda le llamó al principio la atención que Manuel se aviniera tan fácilmente a la invitación de Mandinga, bien que fuera su padre, porque contrastaba con todo lo que meticulosamente habían estado planificando desde el principio del año. Le causó gracia y por fin le justificó. También ella merecía un relax pasajero después de tantos días de tensión obsesiva.
Paranoica.
Trató de sentirse cómoda sobre ese especie de diván alrededor de la bola redonda que parecía ser el corazón de la nave. Alrededor y por todos lados se veía lo de afuera como en un cine circular. La casa y los árboles que se iban cayendo silenciosamente mientras la nave  con ellos subía. Como otras veces y tantas, sintió el cosquilleo en los pezones y un cierto vacío en el estómago. Agarró con un brazo a Ulyces a su derecha. No. No tenía miedo de que pudiera ocurrir algún accidente Que se cayera la bola sobre los techos o algo así. Demasiado sabía que las bolas eran algo seguro, al menos tanto como la entereza mental de quien la piloteara. En este caso Mandinga, quien se podría tildar de divertido pero nunca de desequilibrado Simplemente divertido, claro...Era un especie de Dios Y teniendo por delante unos siglos más de vida...

Fijó su mirada en ellos. Mandinga y Manuel. Quietos ahora mirando la bola negra de comando y pensando seguramente en algún lugar al que querían dirigirse. Tan parecidos y a la vez tan diferentes. Mandinga mucho más grande y huesudo, con ese ropaje contradictorio en verdes y naranjas y esa risa. Manuel más delicado, el flaco, siempre en  vaqueros y remera roja., como el dibujito de un personaje. Pero ese algo en las facciones estaba igual en los dos. En el negro grandote y en su hijo, qué duda podría caber, mulato y bien parecido, aunque no se estuviera riendo todo el tiempo.

La luz había venido en aumento a medida que iban tomando altura. Ya iban sobre las nubes y fue necesario disminuir la transparencia de los vidrios para no enceguecerse.

No no querían hacer viajes interplanetarios ni cambiar las coordenadas dimensionales. Querían simplemente pasear.

Mandinga continuaba hablando maravillas del modelo de bola y tratando de hacer demostraciones  prácticas. Dejó librada la bola por un momento en caída libre. Pasaron en forma invisible a través de un edificio de oficinas, sin hacer volar una hoja de papel. Flotaron sobre las ondas del Río de la Plata y se sumergieron en sus aguas. turbias. Sobrevolaron Buenos Aires...

(Todo gracias a la invisibilidad y a otras triquiñuelas)
(Para ver sin ser vistos y pasear todos sus átomos sin que choquen con los átomos ajenos.)


Porque Mandinga admiraba a Abelardo, el abuelo de Manuel, mucho más que lo que Manuel le admiraba  a él.
Le admirada principalmente por su independencia de criterio y en segundo lugar por su inventiva al parecer infinita. Sin conocimientos previos sobre cualquier tema era siempre capaz de inventar algo que lo mejore, o que le domine, o que permita conocerlo hasta en su últimos detalles. Genio inventor por pedido y además, algo muy importante. El viejo era divertido también.

Pero Manuel, que parecía tan admirativamente concentrado en las palabras de Mandinga, o en sus demostraciones prácticas, en realidad estaba debatiéndose entre los eternos argumentos del hombre feliz que no tenía camisa y su recuperado placer de bolar en una bola. Disyuntiva equivalente a poner en duda el  valor del progreso material, o tecnológico y pensar que tal vez la felicidad deviene de la ignorancia. Si es que lo más importante fuera la felicidad y no el dinero, y además que se pueda ser feliz sin la barriga llena.

Manuel no lo sabía aun. No era un intelectual y a pesar de tantas vivencias relacionadas con el poder y sus consecuencias, nunca había pensado en un futuro que no fuera futurista, avanzado en todo, hasta en armas. No que justificara el mal uso de la ciencia ni simpatizar con los poderosos, ya lo sabemos. Pero un futuro sin progreso... Eterna repetición de pequeñas historias, intercambiables, imposibles de diferencias, al cabo de un tiempo
                                                                                                                                                       
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