sábado, noviembre 12, 2011

854. La Botella de Whisky

Bajo la presión de los gritos el oficial de segunda Liborio Arrascaeta tomó de un brazo a Manuel para conducirlo a una de las dos celdas del fondo que esperaban con la boca abiertavotar.Manuel se soltó como distraído y se aproximo a la comba panza del comisario con ganas de darle una patada. En cambio la flaca argumentó la completa inexistencia de un delito en quien apenas dice la verdad. Y Cholo dio fe de ello amparándose en el puro sentido común.
Fue peor. Ahora las diatribas histéricas cayeron sobre los tres muchachos y también en el segundo oficial, quien  se mostraba un tanto omiso en obedecerle.¡Él mismo iba a encalabozarlos a todos!

Liborio se encogió de hombros, total pasaba preso más días que en libertad.
El comisario le extrajo el arma de reglamento de la canana y con ella encañonó al conjunto mirándoles con expresión demente.

-Caminen!

Cholo reclamó poder hacer una llamada telefónica. Tenemos derecho.

El comisario exhaló un ruido raro que tal vez fueran un par de palabras desconocidas, al mismo tiempo que se iba poniendo verde, que temblaba y que tal vez estuviese traspirando sangre mezclada con bilis. Pero no se detuvo. Les llevó a punta de revolver hasta el celdario y allí, en la primera piezucha, les hizo entrar, cerrando la puerta con un golpe tan potente que casi la deshace. Enseguida se produjo un silencio hondo dentro del cual todos esperaban sentir el giro reiterado de la llave dentro de la cerradura. Pero no, el silencio seguía.
El tipò estaba parado del otro lado, puteándose mentalmente por no haber tenido la precaución de quitarle la llave a Liborio. Ahora no iba a entrar otra vez a la celda como un boludo a confesar un error. Podía ir a buscar la otra llave al escritorio pero si Liborio tenía la suya dentro de la celda... No iba a servir. Lo que iba a servir era traer el candado del baúl donde guardaba la botella de whisky. Lo podía enganchar en las planchuelas perforadas de la puerta y el marco. Sí, pero tenía que dejar esa puerta sin guardia ni llave hasta que estuviese de vuelta con el candado. Iba a llamar al suboficial Mendieta para que tomara el relevo de la puerta. Gritó:

-Mendieta!

Mendieta se presentó tan flaco como era y un poco más asustado. No le gustaba el tono de voz conque le llamaban.

-Señor?

-Quedate cuidando la puerta que yo voy a buscar un candado.

-Sí, señor.

Así fue que el comisario se sintió libre de ir hasta su escritorio, pasando por la sala de entrada donde Yaka Zulu esperaba pacientemente que volvieran a pedirle disculpas y decirle que ya todo se había aclarado.  Por eso no entendió que el comisario al volver a verle levantara el arma y le apuntara.

-¿Y Mendieta, que lo estaba cuidando...?
-Usted lo llamó...
-¿Yo?
-Sí.

Hizo de cuenta que nada se había hablado. Siguió de largo hacia su escritorio y allí se agachó frente a la ventana del patio, allí donde estaba el pequeño baulito en el que guardaba algunas cosas particulares y valiosas. El candado estaba puesto y cerrado. Y la llave dónde?
Abrió alternadamente todos los cajones del escritorio, volcó el agua del florero y levantó la punta de la alfombra de linóleo. Se rascó la cabeza. En su pequeño baño privado revisó hasta  las maquinitas de afeitar descartables después de volcar al suelo una caja completa de curitas y otra de cotonetes orejeros, Se volvió a revisar los bolsillos... Nada.
Se le agotó la paciencia.
Gritó de nuevo.

-¡Mendieta! Decile a Liborio que venga.

Liborio vino y el comisario le reclamó la llave.

-¿Cual de las dos?

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