Pero la magia duró poco. Ulyces se les escapaba corriendo hacia el frente. levantaba las manitos en el aire, como queriendo atrapar un pájaro... El perro del vecino comenzó a ladrar con indisimulada furia y hasta Manuel... creyó sentir una cosquilla fría en las orejas.
Sí, allí estaba otra vez Mandinga bajando por el tronco del primer pino, como si fuese un mono verde. Porque verdes eran su ropas y casi todas las cosas que hacía, niño travieso. Maldito payaso.
Que había dejado la bola posada sobre las ramas mas altas en el modo invisible. No quería causar problemas pero tampoco volver a sus asuntos sin haberse despedido después de intercambiar apenas un par de párrafos. Se entiende.
No que la bola no se iba a caer de la copa del árbol ni aunque se levantara brisa.. Era suficientemente obediente y capaz de tomar decisiones por su cuenta. No aquellos modelos primitivos de la escuadra de la Federación Anarquista, ja ja.
-¿Se acuerdan del olor a engrudo que había adentro?
Media hora después que comenzara la serie de recuerdos graciosos fue que les quiso mostrar las maravillas del nuevo modelo de bola. La aterrizó en el patio trasero y la hizo visible.
Una elipse matemática desde cualquier punto de vista. Una superficie perfecta hecha de aire solido cuyas moléculas no podían salirse de donde estaban, pero sí volverse transparentes, opacas o invisibles a voluntad. Un interior sencillo. Minimalista, Con poco más que un diván semicircular enfrentado a otro idéntico, ambos mirando a la pequeña esfera negra central. Por afuera todo el panorama en 360 grados.
Cuando todos estuvieron sentados la nave se elevó.
1 comentario:
Me encantan tus relatos, Manuel, tienes una manera muy particular y personal de relatarlos.
Un beso.
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