Antes del mediodía estaban en la cama, Fátima aprovechando la ocasión y Manuel aprendiendo mucho de sexo. Ella parecía conocer a Manuel hasta en sus últimas sensaciones y supo llevarle de paseo por los límites, siempre junto al límite sin pasarlo, para prolongar los placeres en todas sus formas y variedades. Pero, sobre todo ella estaba ahí. Entera presencia, constante presencia en el sexo.
Fueron horas sin cuento, prolongaciones y reinicios…hasta que en algún momento de lasitud quedaron dormidos sobre un caos de sábanas y almohadones.
Cuando Manuel despertó le estaba esperando el reproche de su conciencia. ¡Podría ser tu madre! Era esa voz antigua que anidaba por debajo de los pensamientos lista a saltar del nido y cacarear estupideces cada vez que él se permitía salir por un momento de la rutina. No la tomó demasiado en serio. Más que culpable se sentía liberado, transcurriendo un tiempo indefinido en aquella casa aparecida de la nada para salvarle de los locos, navegando las aguas claras de aquella mirada de Fátima que le había invitado a pasar y ponerse cómodo, practicando sexo del bueno, conociendo otras formas de tocar, de besar… Ahora Fátima dormía a su lado y él se disponía a volver a pensar en sus asuntos…cuando…se abrió la puerta del dormitorio y un chillido atroz le taladró los tímpanos y electrizó los bellos de los brazos. La puerta de dos hojas con vidrios cubiertos de cortinitas blancas para conservar la intimidad, se había saltado de sus goznes y desde esa abertura había saltado al dormitorio una flaca huesuda con dientes de caballo, con pelo tironeado, rubio falso, hacia atrás, pero mal atado, lleno de crespos mechones sueltos al acaso. –Qué chusma criticón!- Pero es que la flaca, era nomás muy fea y chillona y saltaba furiosa y gritaba a su madre Fátima, vieja puta! Otra vez llenando la casa de machos! Y ahora en mi cama! ¡Vieja hijadeputa! Ojalá te hubieras muerto con el empacho del otro día que, yo todavía te llamé el médico! Vieja degenerada cogiendo con gurises que un día de estos te van a llevar presa y no esperes que te saque! Diciendo todo eso y mucho más la flaca tironeaba de las sábanas queriendo arrastrar y tirar al suelo todo lo que había arriba de la cama. Fátima trataba de cubrirse con algo, se agarraba del borde del colchón y resistía a la callada y Manuel…bue, había saltado de la cama a recuperar su vaquero y saltando en una pata intentaba vestirse pero logró en eso meter una pierna en el pantalón y no la otra con lo que no se lo podía subir pero igual se acercó a la flaca, así a media hasta y con las manos tapando a increparle por los modales, los gritos y los insultos.
-No se me acerque, sátiro!-gritó la loca. Degenerado. ¡Acostándose con una vieja!
-¿Qué…? Y acaso los viejos no van a tener derecho?
-¡Degenerado, degenerado!
Fátima hizo señas a Manuel de salir de la pieza. Ella marchó primero, envuelta en sábanas, con paso descalzo y seguro. Le siguió Manuel con las ropas empelotadas sobre el estómago y los champeones colgados de los cordones, en silencio, dentro del silencio que de pronto se había hecho, sólo quebrado por los sollozos de la flaca que, agotada su energía sonora, habíase derrumbado sobre el colchón desnudo de su cama, boca abajo y hundiendo sus largas uñas en la restante tibieza de la tela.
Ellos llegaron a otro dormitorio, pequeño y menos luminoso, dónde se sentaron en la cama. Fátima supo que Manuel estaba pensando en irse. Manuel supo que debería decirle a Fátima que ya era hora de que se fuera y supuso que oírle decir eso le iba a entristecer. No porque él fuera importante sino por la soledad, ese sentimiento que, buceando en las intimidades de la mujer, él había sentido o creído sentir como si fuera propio. Casi sintió ganas de llorar…Cómo decirle…?
Fátima le interrumpió los pensamientos:
-Te querés ir ahora? No creo que los torturadores te estén esperando todavía…
Manuel la miró y entendió que ella lo dejaba libre. Ella le estaba diciendo que no se iba a sentir sola…Ella era una diosa!
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