El interrogatorio fue repetido varias veces en la tarde y aun a la noche, después de reforzar la dosis de elixir. Pero los resultados eran los mismos y el humor de los sujetos empeoraba hasta llegar a tormentosas discusiones, especialmente con el tordo, quién se retiró muy ofendido cuando el Primero llegó a insultarle y anunciar que continuarían al otro día con los métodos clásicos, picana y submarino; que nunca habían fallado.
Manuel, a pesar de la borrachera inducida por la droga, llegó a hacerse cargo de la situación con suficiente claridad como para entrar en inexpresable pánico que le desencadenó un frenesí de pensamiento en busca de una salida que, aunque en las actuales circunstancias pudiera parecer imposible, debía encontrar so pena de sucumbir en manos de aquel trío de sicóticos.
Corría la noche…él seguía atado, con hambre y sed y mucho, mucho miedo. Por momentos quedaba sólo sobre el billar mirando los tubos de luz intermitentes. Por momentos el Tercero, que nuevamente hacía la guardia, entraba y revisaba las ataduras, una por una, sin comentarios ni innovaciones. Manuel, a pesar de su estado, no pudo evitar observarlo, tan repetido, tan idiotamente igual. Qué estúpido que es este tipo! –pensó. Estúpido, estúpido! Parece no darse cuenta que yo estoy aquí, que me estoy cagando de miedo, que no le he hecho nada para que me haga esto! Pensaba. Y volvía a pensar lo mismo una y otra vez. Estúpido, estúpido, en vez de mirar podrías aflojarme esa piola que me está cortando la muñeca! El estúpido se detuvo. Justo en ese momento se quedó observando la piola y la muñeca y Manuel sintió desde algún lado que decían: Sí, ha de estar demasiado apretada…Pero el Tercero no lo había dicho! Manuel lo sabía porque justo le había estado mirando su estúpida cara. ¿Quién lo habría dicho? Quiso probar una corazonada. Pensó de nuevo: estúpido aflojame la atadura. ¡Aflojámela! Y se quedó observando de reojo…¡Sí! El estúpido volvía a levantarle la mano entre las suyas y se quedaba mirando…pero no sólo mirando. Ahora dentro de la cabeza de Manuel apareció otra vez aquella especie de voz que decía: Nooo, me dieron la orden de cuidar las … Manuel se afirmó, se concentró, juntó toda la energía que encontraba dentro de sí y con ella pensó nuevamente: Estúpido, te estoy dando una orden:¡Desatame! Y la voz le respondió: Nooo, el coronel me ordenó que cuidara que no se aflojaran… Y yo soy general!-gritó el pensamiento de Manuel. Soy el general Aquelarre y te ordeno que me desates…! Ahora el Tercero quedó con los miembros trabados por un momento. Las manos avanzaban hacia las ataduras y retrocedían, se agarrotaban. Las venas del pescuezo se le hinchaban, transpiraba… La voz dijo: ¿Aquelarre? ¿General? ¿Aguerrondo será….no estaba muerto? Pero…general manda más que coronel…yo obedezco! Sí, mi general! Y se puso a desatar la muñeca izquierda de Manuel! Y a musitar, ahora entre labios, sí, mi general, si señor…Cuando iba terminando con una mano Manuel emitió la orden de seguir con la otra muñeca. Y cuando las manos estuvieron libres, no estando seguro de poder desatarse él mismo los pies, ordenó que lo hiciera el estúpido. Que le buscara su bicicleta. Que le indicara el camino para salir por el fondo. Que se quedara quieto en su puesto y que no hablara con nadie, más bien que se fuera a dormir y gracias!
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