En cuanto pudo sacar la bicicleta a la calle entró a pedalear con la intención de retirarse del negocio de los caños. Lo suyo era el pasto y los ligustros, cosas naturales que no pateaban ni se rompían como esas mierdas! Al llegar a la primera esquina fue llamado por el Cholo que venía a pié. Te veo después,- le dijo.- No que después –replicó el amigo-Tengo que hablar ahora con vos. De dónde venís tan serio? –De la casa de un tipo raro, ahí en la otra esquina enseguida de lo Finoquieto.- Ah, el milico ese.- ¿Es milico?- Sí, tiene una agencia de seguridad.- ¡Mirá! ¡Yo sabía! No me había gustado nada-dijo Manuel mirando maquinalmente hacia atrás como si….¡Allá viene! -¿Y qué importa que venga…?
Manuel dejó al Cholo con la boca abierta y enfiló la bicicleta por un sendero que cruzaba por entre los pinos de varios baldíos. Todavía miró atrás una vez, justo para ver al tipo asomado en la ventanilla de la Cherokee hablando con el Cholo y señalando en dirección a su huída. Pero cuando volvió la vista a su camino, allí adelante se estaba abriendo un boquete redondo que como no pudo frenar, lo tragó con bicicleta y todo. Pero no llegó al fondo, porque aquello parecía hecho de una sustancia elástica que se estiraba y estiraba a lo largo así como se iba estrechando en el otro sentido y apretándolo como si fuera un gigantesco condón. ¡Qué puta!-exclamó cuando apretado tanto como él el manubrio de la bici le empezaba a apretar los huevos y los pies a meterse entre los rayos de la rueda delantera uno y el otro a enredarse con la cadena… ¡No podía respirar! Se terminó la luz y dejó de tener la sensación del cuerpo. Se había transformado en una mente que navegaba un espacio indefinido, silencioso y calmo. Poco a poco iba recuperando las imágenes olvidadas del otro viaje, el de la bola blancuzca y la balacera. Claro- pensó- pero ahora es distinto, no veo ninguna imagen, esto es oscuro, sin ninguna transparencia y…Sí, la oscuridad iba en aumento pero por algunos lados comenzaba a percibir líneas de cierta claridad como que…De pronto se sintieron varios ruidos y la líneas claras se iluminaron mucho más volviéndose verdaderas estrías finísimas por donde entraba luz al lugar en que estaba arrollado con bicicleta y todo y que no lograba entender qué era. Estaba doblado entre los fierros y apoyado el tórax sobre una cosa plana que parecía de madera y los ruidos de afuera estaban ahora más próximos y parecían voces de varias personas conversando…
Pensó en pedir socorro pero, algo en su mente, como una sabia voz del más allá le advirtió en silencio que no lo hiciera. Entonces se puso a escuchar lo que hablaban del otro lado, a tratar de escuchar, que no mucho entendía, opacadas como llegaban a él las voces. Sólo algunas palabras se destacaban del murmullo aglutinado. Traidores, hijos deputa, eso no era lo pactado, yo le dije al comandante, el pelotudo ese, que no me vengan a joder, todo va a jugar en contra… Como Manuel no lograba entender se puso a reconocer el terreno sin moverse, a atender a las distintas sensaciones que le dieran pistas sobré qué era ese lugar dónde estaba. Definitivamente su pecho descansaba sobre una tabla que terminaba a la altura de la boca del estómago. Desde ahí para abajo no tenía contacto más que con los fierros de la bici que parecía estar más abajo que cuando el condón les había comprimido. Ahora lo que parecía ser el manubrio presionaba la pierna derecha y lo que tocaba con el talón izquierdo bien podría ser el asiento… Afuera los que hablaban eran ahora más. Los recién llegados parecían enojados o nerviosos, decían que había que hacer algo, no dejarlo sin apoyo. ¡Es de los nuestros! ¡No vamos a hacer nada!-preguntaban. ¡Me cago en dios!-afirmaban y volvían a empezar con las mismas frases. Uno preguntó de pronto por el Goyo. Si estaba informado, si le habían avisado. La respuesta fue dicha en voz baja y Manuel no la pudo entender ni tampoco lo que siguió que fueron varias voces simultáneas junto con ruidos de sillas y tacos sobre el piso. Los recién llegados se iban y quedaban los tres del principio. Porque Manuel ahora estaba seguro que eran tres. Uno de ellos, después de una pausa y cambiando de todo dijo que porqué no tiraban unos tiros a lo que siguió otra serie de ruidos y taconeos que Manuel sentía aproximarse. De pronto las endijas se ensancharon brutalmente encegueciendo a Manuel y callando a los tipos que parados frente a la puerta abierta del armario no podían entender que era eso que doblado y encajado llenaba todo espacio posible donde esperaban encontrar sus fusiles de práctica habitual.
Uno le cazó por el cogote al grito de: ¿Qué hacés metido ahí?-y le empezó a sacar a los tirones ayudado por los otros que lo desdoblaban y desenredaban las patas de entre la bicicleta. Estaban desconcertados.
-Es un espía,- dijo uno.
-¿Un espía en bicicleta dentro del armario?-preguntó el segundo.
-La bicicleta no,-aclaró el tercero.
-¿Un ladrón?-retomó el primero.
-¿De armas?- siguió el segundo.
-Que cuando nos sintió llegar se metió ahí dentro…-completó el tercero.
A continuación el primero le empezó a sacudir el pescuezo revoleandole la cabeza como si fuera un muñeco de trapo.
-¿Qué hacés acá?
-¿Yo…?...Nada…
-Hablá o te entro a quemar con el cigarrillo!
-No! Perá, perá…Yo…alguien me metió aquí…
El primero le plantó el cigarro en el dorso de la mano. Manuel gritó. El segundo le pegó un piñazo que le llenó la boca de sangre. El tercero se rió.
-Mirá que esto me encanta, así que tratá de decir la verdad. ¡Toda la verdad!
-Me mandaron a robar armas.
-¿Qué armas?
-…armas…
Hubo otro flash que Manuel no llegó a saber a qué se debía. Estaba inconciente.
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