sábado, julio 08, 2006

20 - Cosas Mal Hechas

Pero a tiempo se agarró de la puerta de la alacena que lo aguantó bastante bien –maderas macizas y gruesas bisagras importadas- salvo que la puerta tiró del mueble y el mueble de su anclaje en la pared, que por lo visto no estaba muy bien hecho porque empezó a ceder y a largar un polvillo de revoque que por detrás de las maderas iba cayendo en la pileta de acero, que de no ser porque Manuel se apoyó con una pata en la mesada, tal vez se hubiera venido todo abajo. En cambio así, apenas si se agrandó un poco esa rajadura que ya tenía el mármol, que obviamente ya tenía, porque tremendo mármol de grueso no se iba a partir por sesenta quilos más o menos.
Se bajó con cuidado y habiendo comprobado que le habían dejado sólo, tomó un repasador del fregadero, recogió prolijamente el polvillo caído y cerró la puta puerta del mueble. La señora apareció enseguida por el lado opuesto. Detrás de ella venía el marido alto, cejijunto y bigotudo, con un maletín de cuero negro y cierres de brillantes cromados que lucían tanto como el anillo de plata, protuberante y agresivo que portaba en algún lugar de la mano derecha. Ah, este es Manuel- dijo, entreteniendo un poco el paso al enfrentarse, que no mucho, porque cuando Manuel ya le extendía la mano, el hombre giró el cuerpo para dejar el maletín sobre la mesa, enfilar hacia otra puerta y perderse en un sospechado pasillo oscuro. La señora, en cambio había quedado parada, mano contra mano e incipiente sonrisa de compromiso. Qué le parece- preguntó, sin aclarar a qué o quién se refería, si a la mancha de humedad o al marido. Hay que picar el revoque hasta la pérdida,-diagnosticó Manuel, con su mejor voz profesional, que disimulaba, creía él, su pensamiento de que con tantas manchas a la vista era la cañería entera la que habría que cambiar, cosa que superaba su pequeño oficio de remendón, a no ser que mediara muy buena paga en cuyo caso era capaz de acometer la tarea aun a riesgo de hacer cagadas. Agregó después de una pausa que la gotera del techo debía ser de la bajada del tanque, que debería subir para revisar. El tanque sí- murmuró la señora sosteniendo una mano abierta sobre sus tetas como si algo le doliera por allí, pero sin dejar de sonreír. El tanque está justo encima-agregó- si quiere suba…-¿Habrá una escalera en la casa?- Sí…en el garaje…la puerta está abierta, si quiere subir, ir…esta contra la pared del lado del Clío…
Manuel sacó la escalera del garaje con cierta dificultad porque el Clío estaba muy al fondo no dejando casi espacio, pero puso tanto esmero, que en ningún momento rozó ni golpeó la vistosa pintura del vehículo ni en esa operación ni cuando trasladaba el instrumento por el pasillo que quedaba entre él y el otro, la camioneta Cherokee doble cabina recién estacionada. Lástima que en un peldaño de la escalera se había enredado una vuelta de alambre de acero, de un rollo dejado fuera de lugar por alguien y que, si bien se fue desenrollando tras Manuel, en un momento zafó chicoteado como un látigo y rayando con su punta la impecable pintura bordeaux metalizada de la camioneta.
Aun con no ser responsable del pequeño accidente, igual Manuel puteó al desconocido pelotudo que había dejado ese rollo en el camino y fue a ver o mejor palpar el daño y comprobar que era de mínima importancia, con lo que se calmó bastante y volvía por la escalera a continuar con su trabajo. Cuando estuvo afuera buscó un buen lugar para apoyar la escalera, pues era de las de una sola hoja y además menos alta que el alero. No importa,- se dijo y una vez afirmada comenzó a subir hasta que la cabeza topó con el techo, entonces tiró el torso para atrás de modo que la cabeza se asomara y subió un par de peldaños más, quedando en una posición bastante incómoda pero que, levantando los brazos le permitía prenderse del borde del tejado, que fue lo que hizo para afirmarse así y bolear las piernas en procura de levantarlas por encima. Lo consiguió a medias porque una de las piernas no logró consolidar su enganche y quedó colgando y tijereando en el aire mientras la escalera, lanzada de costado por el envión de las piernas, arrasaba un farolito de hierro forjado que había junto a la ventana de la cocina, cuyos vidrios fueron a caer sobre el lomo del gato de Angora que chilló saltando y corriendo a treparse a una pérgola.
Pero después de muchos intentos y bastante cansado ya, Manuel logró enganchar la pierna colgante, enderezar todo el cuerpo sobre el tejado y ponerse a trepar el plano inclinado rumbo al tanque cuadrado que allá estaba apoyado de un lado sobre la cumbrera de las dos aguas y del otro sobre dos patas de hormigón. Vio que debajo del tanque, en la oquedad triangular, había varios caños y unos grifos herrumbrados por los que goteaba agua que venía desde arriba. Quiso entonces ver el origen de la pérdida y trepó por el costado del tanque tomándose del caño que subía y llegado a lo alto, corrió la tapa para ver lo que era natural que viera: la calma y sombría superficie líquida. Pero también se encontró con un raro aparatejo que nunca había visto. Obvio que se trataba de un interruptor para el motor de la bomba pero, era de un modelo extraño y además colgaba de él una especie de capuchón que algún descuidado no habría puesto correctamente en su lugar. Se estiró introduciendo medio tórax y la cabeza por la boca del tanque y ya iba tomando esa mierda de capuchón con sus dedos cuando una tremenda descarga eléctrica le sorprendió, haciéndole perder los puntos de apoyo y lanzando su cuerpo contra las tejas donde comenzó a rodar cuesta debajo de forma acelerada sin conseguir sostenerse de las tejas que manoteaba, porque las tejas se desprendían, ni tampoco de aquel caño de respiración que encontró en el camino, porque se quebró y ya Manuel llegaba al borde y se iba cayendo cuando logró agarrarse a algo firme y quedar con las piernas- las dos -pendulando del alero.

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