viernes, octubre 23, 2009

750. La Teoría de Abelardo

-Además debemos devolver esta persona a su mundo...

Todavía Manuel se estaba conteniendo. El respeto que le quedaba por la gente mayor, un poco, pero mucho más porque el viejo había sido el gran amigo de su abuelo.

-Tal vez fuera más conveniente que se quede aquí... Menos peligroso...
-¿Aquí? Este es un mundo que lo trataría como a un animal bruto, o como un payaso, un bicho raro para mostrar en un zoológico. Él no vino por su voluntad, fue atrapado por ese aparato que usted inventó...

Don Miguel sintió la estocada pero en vez de enfrentar la verdad, quiso refugiarse otra vez en la congoja. Sacudía a los lados la cabeza como si tuviese Parkinson, y tragaba saliva tras la aguda nuez de su garganta apenas cubieta por una piel amarillenta.

-Yo no soy responsable, yo...
-Usted se sacó de encima el aparato... No lo destruyó por respeto a su amigo, pero se lo mando a Ernesto que no iba a saber qué hacer con él...
-Me lo había sugerido Abelardo...

Ernesto se dio vuelta hacia la rueda y enfrentó también al anciano con una mirada ya libre de temor.

-¿Por qué a mí? Yo apenas conocí a Goiticoechea. Nunca hablamos de sus experimentos...

Don Miguel exhaló un largo suspiro.
Manuel no quiso aflojar la presión.

-¿Acaso había una razón secreta para eso?

El próximo suspìro fue aun más largo.

-Sería muy largo de explicar, pero... Abelardo tenía una teoría...
-¿Cual...?
-Bueno... Abelardo era anarquista...

Todos asintieron con la cabeza, aún Dengue quién no tenía la más vaga idea de lo que aquello pudiera significar.

-...Y creía que a la larga todos... Que la tendencia de la evolución humana era hacia seres capaces de dominar por completo el egoísmo y... vivir sin necesidad de ningún gobierno por encima de los indivíduos... Pero que ese proceso podría llevar siglos o milenios...
-Sí, ¿y...?
-Bueno... Ahí comenzaba su teoría. Creía que era necesario proveer de poder a aquellos pocos, muy pocos, que ya eran capaces de pensar en el interés de los otros antes que en el propio. Él se creía capaz de reconocer cuales eran esas personas y Ernesto Federico fue el primero que escribió en su lista, el primero de los de acá, ya había escrito el nombre de Germán Oesterheld, el historietista argentino que por último los milicos hicieron desaparecer... y el de Aroldo Conti, un escritor.

Ernesto se sintió emocionado.

-Ahora todo parece encajar. En las pocas veces que conversamos el tema fue siempre el mismo: El Anarquismo como única y perfecta utopía


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