martes, octubre 13, 2009

746. La Merda del Otro Mundo

Tampoco se le escapaba a Manuel que el anciano estaba tratando de escurrir el bulto planteando banales disputas futbolísticas. Le trajo de nuevo al redil con la explicación de que lo que había estado intentando Ernesto antes de enloquecerse de miedo por su probable locura, era justamente que alguien le explicara para qué cosa habría sido fabricado el extraño aparato y, además, cómo se podría controlar su funcionamiento.

-Ahora deberíamos devolver al señor tucu tucu a su mundo y rescatar a Ernesto del estado en que por su culpa ha caído...
-Por mí no hay apuro- dijo el tucu, y agregó- Debería presentarme. Me llamo Úrum Púlum.

Manuel seguía mirando al anciano.

-Le escuchamos...

Don Miguel se encogió sobre su propio pecho, como se encogen los arrieros alrededor del pequeño fuego en las noches de invierno. Hasta su cara cambiaba al relumbre de viejos fuegos hoy ya apagados pero que en la memoria guardaba brasas encendidas que se habían salvado del desamparo. Quiso hacer imposibles dibujos con un dedo entre los pastos, como si fueran arenas que se pudieran aplanar para que todo volviera al escenario primero, aquel de los años fervorosos cuando las ideas levantaban vuelo y de una plumada repintaban el paisaje del universo.

-Éramos muy jóvenes...y soberbios... Juntamos tres o cuatro ideas sorprendentes, proyectamos sus consecuencias más probables y... por una maldita casualidad, obtuvimos inmediatos resultados en temas en que otros, respaldados por inmensos laboratorios, fracasaban estrepitosamente. Pero no estábamos preparados... al menos yo no lo estaba. Mi ego se hipertrofió envenenado de vanidad. Comprendí desde un primer momento -miró tristemente a Manuel- supongo que tu abuelo distaba de esos pensamientos... pero yo lo comprendí... Lo que teníamos entre manos era equivalente a un enorme poder. Podíamos cambiar la realidad, eso creí. Lo creí hasta tal punto que... Pero eso no es lo que importa. Lo que importa es que los dos queríamos inventar... Tal vez pueda sonar hasta ridículo, pero lo que de verdad búscábamos era una arma nueva. Algo que no se pareciera a nada nunca visto y que produjese efectos tan desconsertantes que se terminaran atribuyendo tal vez a fenómenos naturales, o a misteriosas flucctuaciones del azar. Algo de apariencia insignificante pero que dirigida hacia un escenario determinado, alterara de manera dramática las leyes de la física para ese area. Sin querer descubrimos... o mejor perforamos la barrera de las dimensiones, al principio... Claro, nos llegaban pequeños trozos de realidades exóticas, apenas una sucesión de números o restos de alguna sustancia cuya presencia en los aparatos era imposible. Un día pescamos una palabra entera, posiblemente portuguesa. Merda. Otro día transformamos los números en sonido y escuchamos una hermosa música que producía una inquietante excitación... Nos olvidamos del arma que queríamos inventar. Ahora la revolución la íbamos a hacer obteniendo elementos de otros mundos, hasta tal vez aliados, si es que allá habían seres que amaran la libertad, libertarios, anarquistas como nosotros...
-Bien... Pero el hipercubo, ¿como se maneja?

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