sábado, octubre 10, 2009

744. Saludo y Alarido

Miró entonces al muchachito Manuel ese, y vio que con total naturalidad estaba interrogando al animal para saber si por casualidad conocía a un tal Trum Urum, o cosa así. Con la oreja de ese lado sintió que aquella voz un tanto cavernosa contestaba clarísimas palabras aunque con ese acento conque hablan los gitanos. -Naturalmente, es mi mejor amigo- dijo. Y no pudo don Miguel jurar que al decirlo el animal sonriera, simplemente porque no tenía la menor idea de como podría ser una sonrisa de carpincho, además de que no le estaba mirando, pero... digamos, por el tono de voz, por algo que se percibía aquella voz estaba llena de la misma contentura que se veía en la cara de Manuel. Porque Manuel... bueno, a continuación lo que hizo fue sentarse en el pasto frente al animal, y el animal también! El animal plegó sus cortas patas traseras casi enteramente dentro de su pelaje hirsuto y se acomodó muy horondo sobre el trasero, dejando relucir hacia adelante un hermoso y brillante para de incisivos. ¡Toda una escena... que por extraña que pareciera, y tal vez especialmente por eso, Don Miguel no estaba dispuesto a perderse!
Se sentó entonces también sobre el pasto, a un costado de los otros, dispuesto a no perderse detalle. A su lado vinieron en seguida, la muchacha y el morochito que habían estado parados por el jardín, en silencio, mientras unos metros más allá el doctor Bermúdez pugnaba ahora por sacar a Ernesto Federico de adentro del arbusto, sin demasiados resultados.

-¿Cómo lograste pasar para acá?, preguntó Manuel

El carpincho pareció atorarse con la primera respuesta que le vino, pero enseguida acomodó su voz y explicó que no había venido o pasado por su propia voluntad, sino que merodeando por las galerías, como solían hacer los de su especie en los ratos libres que no empleaban en hacer circular las noticias, ni en retozar al aire libre, ni en enamorar a las tucutucas todavía solteras, ni en comer raices, ni en dormir, ni en tantas otras cosas en las que se puede emplear el tiempo sin holgasanear... Estaba entonces en eso cuando vio en un rincón oscuro una zona menos oscura que parecía conducir hacia un camino o galería nueva, que nunca había visto. La curiosidad había hecho el resto, es decir empujar sus pasos a lo largo de aquel camino que a poco de avanzar se había ido llenando de imágenes y reflejos absolutamente desconcertantes hasta llegar a un máximo que de golpe se ordenó con el aspecto de una habitación humana en la que un hombre enteramente idéntico al que siempre había vivido ensima de todas las galerías de su comunidad. Un hombre inteligente y generoso que nunca había tenido problemas en compartir el espacio subterráneo de su casa con el pueblo tucu tucu. Tal era el parecido que, ni bien pudo reconocer sus facciones, lo que había hecho era saludarle como siempre. "¿Como le va Ernesto Federico?" Con el sorprendente resultado de que el humano lanzara un alarido de terror y corriera escaleras arriba de aquel lugar que resultaba ser apenas el pequeño sótano de una casa enteramente similar a la de su patria salvo en un detalle. Este terreno parecía ser macizo.

-¡Mundos paralelos! -Exclamó don Miguel ya sin poder contenerse.
-Eso parece-, contestó el animal, dirigiendo ahora su hocico hacia el farmacéutico.
-Claro, claro que es eso... -exclamó a continuación y se ruborizó completamente cuando vió con qué cara zocarrona le estaba contemplando Manuel.
-...Perdoname, muchacho, es cierto... nosotros, con tu abuelo trabajamos mucho en esto, pero... Muerto Abelardo... Yo me acobardé... Siempre tube la duda de si su muerte no estaba relacionada con los experimentos que habíamos hecho...

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