Vinieron entonces las presumibles disculpas de una parte por interrumpir su retirada y por la otra sobre el escaso tiempo, además de que esas no fueran cosas para hablarse a la carrera sobre el pedregullo de la calle mientras el ómnibus se escapa, y el atardecer que ya se viene, con el tránsito rumoroso y lento de regreso a Montevideo por Avenida Italia y el relumbre púrpura del ocaso. Que joder. Hay horarios que se han establecido y que no se cumplen haciendo que uno se rasque los huevos cuatro horas aguantando el siseo del televisor que las enfermeras ni ven ni apagan, mientras los que tienen hora marcada no acuden y los que no, le paran a uno justo en el minuto necesario de presteza para llegar a tiempo a la parada. Que joder. Aunque con todo no diera para desestimar el pedido de ayuda de una parejita que al parecer está pasando por una situación confusa de la que habría que desbrozar verdades de mentiras al principio, y después ver lo que queda. El jueves, por ejemplo, de dos a tres, aunque la muchacha se vea tan ansiada y desamparada por la suerte del noviecito este que no parece demasiado afligido, aunque sí, pensando en segundo plano algo que estaría bueno averiguar. Sería todo por ahora y no tendría ningún sentido que siguieran caminando al costado, la muchacha, Magdalena dice, insistiendo en obtener respuestas y explicaciones sobre los supuestos falsos recuerdos que él ha elaborado durante su período de inconsciencia, a lo que el muchacho acompaña con raro gesto de la boca casi como una seña del siete bravo. Ha de estar desestimando. ¿Qué? ¿Qué puede estar desestimando entre tantas cosas que salen de la boca de ella, impelida por el deseo evidente de no dejarle ir, la puta. ... ¡Allá arranca el puto ómnibus!
No el asiento de portland de la parada no es un lugar como para evacuar una consulta profesional, al menos en sicología. Pero ahora el sujeto pretende haberse atendido con él, hace dos años, cuando los de su entorno creyeron que se estaba volviendo loco, y hasta él, porque a cada rato volaba con sus existencia a lugares remotos y hasta tiempos. Y que él, es decir yo, el licenciado Vittorio Giorgionne, que le había sido recomendado por el mismísimo Pepe Mujica, cuando le interceptó en el comité del MPP para contarle que había estado siendo perseguido por una banda de milicos torturadores incluso hasta un rato antes en aquel club de bochas de la calle Mariano Soler. Dice que evidentemente también el Pepe había llegado a opinar que estaba con faltante de jugadores en el equipo, pero que, cuando por fin le había hecho bailar las hachas celtas sobre el escritorio. ¿Acaso no lo recordaba? Él, es decir yo, aparte de abrir desmesurados ojos de asombro, había quedado convencido de que él, se refiere a sí mismo,no estaba propiamente loco sino en contacto con una realidad distinta de la cotidiana. Pero se interrumpe ahora tomándose la cabeza y preguntando, como por si acaso su sospecha fuera falsa, qué día de qué año era este en el que bajo el techito de la parada, y el rumor del tránsito, estábamos pretendiendo definir cuál de todas las posibles realidades era la verdadera. 5 del 7 del 6 le contesto como quien llena un formulario. Pobre. Pobre porque pálido se ha puesto, y tartamudo, cambiando la voz y el ritmo de la conversación. Conque en realidad la otra entrevista conmigo licenciado Vittorio Giorgionne, parece tener el nombre muy presente, se realizó hace más de dos años en la policlínica y más o menos en esta fecha. Previa llamada telefónica mía al teléfono celular de "la flaca" que él, Manuel, en aquel entonces Aquelarre le había pasado al Pepe y este a su secretario, para que contactara un sicólogo. Por supuesto que alego que no llevo ni un año trabajando en Lagomar. Replica que era lo que me estaba diciendo, que aquellos días de hace dos años venían en realidad, a ser estos mismos días, y que la entrevista que tuvo entonces, y que él me podría referir con lujo de detalles, no va a tener existencia en este mundo en que ahora respirábamos, por la sencilla razón de que estábamos hablando de mundos paralelos. Me acordé de aquella película del hombre mirando al sudeste y... debo ser sincero conmigo mismo... sentí que toda aquel conjunto de delirios mal concatenados se cubría de pronto con un manto oscuro de misterio... Apenas tuve tiempo para pararme y hacerle seña al ómnibus que venía. Al sentarme en mi mente estaba instalada la imagen de aquella hacha celta que tengo sobre el escritorio del estudio.
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