La casa estaba perfectamente vacía, es decir que su esposa la escribana Rocencratz, se había ausentado justo a la hora que todos los días con disimulo le esperaba para zaherirle con sus desdeñosos comentarios. Tampoco su hijo, el simpático pelandrún veinteañero, se veía por allí, así que se fue directamente al estudio donde en silencio se puso a mirar por aquel pequeño sector de la ventana donde el progreso todavía permitía ver un trozo de cielo y algunas ramas de árboles casi sin hojas. De la ventanita la vista derivó hacia la fotografía encuadrada en la pared. Él mismo con la edad de su hijo, y la misma expresión distraída, entre los pinos de Salinas cuando el tiempo siempre sobraba. Después Roselín sonriendo aquella sonrisa que le duró hasta el tercer año del matrimonio. Después la biblioteca. El banderín del Pelotaris que nunca tubo iniciativa de tirar, los odiados tres monos sabios, las obras del viejo Freud que ultimamente no leía... Y la cajita de madera laqueada en la que Sergio le había entregado su polémico regalo.
Se levantó para traerla y volvió abriéndola y depositando el contenido sobre el escritorio. Era un objeto oblongo y asimétrico por el lado que se le mirara. Más panzón por uno de los lados y con esa forma de huevo deforme que era más deforme también por un lado que por el otro. Algo así. Lo colocó en el centro del espacio y tomándolo desde arriba con tres dedos le imprimió un brusco giro antes de soltarlo. El objeto giró como si fuera un trompo, manteniéndose en el mismo lugar por casi un minuto, sin cabeceos y apenas aminorando el ritmo. Luego, cuando de pronto se puso a oscilar como dudando qué hacer, fue que Vittorio volvió a sonreír al modo de cuando vió por primera ves bailar el payaso a cuerda y tocar el bombo sobre aquel carromato multicolor de hojalata, que había pertenecido a su abuelo. Y sonrió de ese mismo modo mucho más cuando el objeto ahora iniciaba el giro retrógrado, perfecto, parejo y sostenido, antes de perder por fin todo deseo de hacer demostraciones.
-Gracias Sergio- pensó.
Se sentía liberado. Este simple objeto que a su parecer, y el del viejo amigo, desobedecía todas las leyes del universo y la materia, se estaba constituyendo en la mejor expresión emergente de aquellas voces interiores que recién lograban llegar confusamente a su conciencia. No quiso empero, darle una forma precisa, un contenido conceptual definido, no. Prefirió dejar aquel arruyo rumoroso como una música de fondo. El ronroneo del agua que por fin brota del manantial escondido viniendo a revitalizar las esperanzas de reencontrarse con aquel viejo joven que algún día había sido.
-Así es Vittorio, -se dijo- te llenaste la cabeza de ínfulas y teorías y te olvidaste de vivir. Te escondiste como un cobarde dentro de los libros, quisiste saber todo, dominar las fuerzas, prever los desenlaces, evitar las sorpresas, explicar los misterios... Has sido un cagón. Hoy te llevaste un susto. A pesar de todos tus sistemas y tus conceptos y tus clasificaciones... Te llevaste un susto. Hay cosas que habitan fuera de las fronteras de tu pobre conocimiento. LLegan hasta acá apenas los perfumes que escapan por las rendijas de algunas ventanucas no del todo cerradas. Por suerte eres estúpido pero no tan necio como para negarlo. Ese muchachito te habló de algo que nunca vió sobre tu escritorio, como si lo hubiese visto con tus propios ojos. ¿Magia? ¿Telepatía? ¿Otros poderes extrasensoriales? ¡Pamplinas! No crees en esas cosas y estás en tu derecho, pero... ¿Acaso no será tiempo de abrir un poquito la cabeza?
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