sábado, diciembre 15, 2007

446 NO HAY GUERRA BUENA


Nerviosamente miró a su abuelo, al Cholo, a Mandinga otra vez… Observó al Dengue, cómo se recostaba en uno de los saledizos de la nave y fingía estar mirando por uno de los ojos de buey las redondas nubes del verano, tal cual que si estuviese tirado a la sombra de un árbol frondoso y mascando un tallo de hierba mirase las vacas que pastaban sin otra cosa que hacer. Como Dengue se podía imaginar a millones de muchachos que sobre el planeta esperan turno para comenzar a vivir… Observó la catadura del chumbo, con su mandíbula apretada y los ojos vidriosos, en plena lucha, continuando su lucha de uno contra todos, despareja, injusta, desesperanzada pero sin claudicaciones… Se detuvo en la flaca, su entrañable flaca, siempre al pié del cañón, adaptándose a la extraña vida que le había tocado por culpa suya, sensible pero contenida, inteligente pero postergada. Ernesto… Ese extraño niño grande que no ha dudado en perder toda su fortuna para brindársela a la humanidad… Margarita, su madre hippy… Abelardo, su loco, loco abuelo, más genio que Einstein y más idealista que un adolescente solitario…


Llegaban al término de las escaramuzas. Para adelante estaba la guerra. La verdadera guerra, aquella de la que ningún combatiente sale del todo indemne… ¿Tenía acaso él, algún derecho a mandarlos a al combate?


Se decidió a hablar.


-No hay guerra buena. Tampoco es bueno vivir de rodillas. Propongo que mandemos toda la información que tenemos a las comunas de América y dejemos que ellos resuelvan.


Cholo advirtió que toda América y gran parte del resto del mundo ya estaban informados por Las Bolas de Manuel, sus repetidoras y comentaristas.


Ernesto objetó que había mucho más información que la que nunca se hubiese publicado.


Abelardo, que no tenía sentido decidir sobre lo inevitable.


Margarita prefería que se hiciese el amor y no la guerra.


El Cholo filosofó sobre la vida. No lo era, según él, aquella que no se basara en la dignidad.


Chumbo no quería aflojar ahora que ya los tenían dominados.


Mandinga tampoco.


Magda y el Dengue dijeron que fuera para lo que fuera irían a dónde Manuel.


Manuel se sentó en el punto de comando de la nave. Respiró hondo y dejó que todas las vibraciones concéntricas bañaran su mente y su cuerpo, las concentró como en una bola de luz enceguesedora y la lanzó vertiginosa en todas las direcciones que les rodeaban.


Todos sintieron el nudo que se les desataba en las entrañas. El camino a la caverna estaba nuevamente despejado.

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