Miraba tranquilo el último capítulo de Las Bolas de Manuel en el monitor. Siempre le divertía buscar las tantas y sutiles diferencias que se podían descubrir entre la versión casi novelada que se emitía por la cadena y lo que a él le constaba que hubiese sucedido en todo aquello que hubiera presenciado. Acababan, por ejemplo, de mostrar una casita parecida a la de Manuel donde los actores entraron
abrazados mientras por la chimenea salía humo como si alguien les esperara con la estufa prendida en pleno verano. No obstante se había emocionado y sabiéndose sólo frente al aparato dejó nomás que una furtiva lágrima se deslizara por su mejilla derecha sin aplastarla con el dorso de un puño autoritario. Sentía la garganta anudada de feliz congoja por la felicidad de su pareja de amigos volviendo a su modesta vivienda. Cosas que se le ocurrían cuando se emocionaba y llenaba todas sus percepciones de chaparrones de adjetivos bonitos. Tanto que llegado un momento hasta el mismo se empalagaba y se ponía a pensar en otra cosa, o en la misma, pero vista desde otro punto. Hemisferio.
Ahora empezaba a hacer cuentas estimativas de los tiempos que habrían necesitado -los de la producción- en cada etapa -las mínimas imprescindibles- para emitir esas escenas que no podían haber sido ensayadas más que un minuto antes de salir al aire. Vino un flash informativo de esos que a él ni mucho le interesaban porque nunca se sabía si pertenecía a la realidad cotidiana o a la trama interna, semi literaria de Las Bolas de Manuel. Ese juego que hacían los autores de la tira para volver más dramáticas algunas partes de la narración, como ahora que estaban poniendo imágenes de archivo con el desembarco de las tropas de clones en Puerto San Julián de la patagonia argentina.
Aunque... Algo tenían de diferente estas imágenes con las que retenía en su memoria... Ahora saltaban medio continente para mostrar las calles de Asunción del Paraguay con sus transeúntes comentando el comienzo del movimiento de los clones en la zona del Chaco. La siguiente toma con teleobjetivo mostró un grupo de clones inexpresivos que montaban sobre sus espaldas bultos de supuestas armas y comenzaban a caminar. Todos iguales de grises y fuertes sujetos bien alimentados que sabían obedecer sin preguntarse por la coherencia entre los fines y los medios...
¡Estaban avanzando!
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