miércoles, marzo 03, 2010

794. No es necesario desnudarse

Manuel tuvo que advertirle las reglas elementales para navegar en semejante adminísculo. No pensar en nada, especialmente no pensar en lugares determinados deseables o aborrecibles. No desear llegar a ningún lado, ni tampoco imaginárselo. Aparte de eso estaban en un lugar seguro aunque un tanto apretados. Hacia los lados estaban viendo sus propias imágenes proyectadas en todos los ángulos posible y hasta el infinito. Las paredes no eran de espejo y la aparente solidez que les recluía no era real. Ellos tomados en conjunto seguramente no hubiesen podido entrar en tan sólo un metro cúbico...

-El espacio es relativo. Lo que nos contiene no es un cubo, es...

No encontró las palabras que expresaran lo que él se imaginaba. Un especie de universo isla acotado no por las dimensiones sino por la limitada energía que lo hacía independiente.

-No se preocupen y confíen en mí...

Qué otra cosa les hubiera podido decir cuando todavía no terminaba de decidir hacia dónde trasladas el exceso de pasajeros?
Magda le sopló al oído la palabra cueva.
Pensó negativamente primero y en seguida cambió de opinión. Después de todo ningún secreto les revelaría a nos ser la existencia misma de las cuevas pobladas de aborígenes. No su hubicación geográfica ni mucho menos las muy secretas entradas desde el exterior.

-Vamos a tener que descargar algunas personas en un lugar subterráneo que no deben preguntar dónde se encuentra. Allí estarán bien mientras dos de nosotros continuamos con la misión de rescate que habíamos planeado.

No terminaba de pronunciar las palabras cuando ya una de las inexistentes paredes se volvía transparente hacia el salón principal de la caverna de los aborígenes, donde un buen conjunto de estos, totalmente desnudos, parecía esperar el ómnibus en una parada penumbrosa.
Se asombraron los rockeros de lo que veían, pero mucho más los aborígenes viendo aparecer de la nada un fardo de miembros humanos que ya se estaban desenredando para mostrar el conjunto de estrafalarios representantes del género humano en su versión vestida. Apenas algunos reconocieron a Magda sonrieron aliviados y dándose vuelta hicieron señas a otro grupo que se encontraba distante aunque también atentos a los sucesos. Desde ellos se desprendió una figura flaca, que a zancadas se aproximó, resultando ser Dengue.

Por supuesto mediaron muchas y apuradas explicaciones para ambos bandos. Una vez hecho eso, mientras los aborígenes amablemente explicaban a los rockeros que no era absolutamente necesario que se desnudaran, Manuel determinaba que iba a continuar viaje con Jack.
Le había convencido su presencia de ánimo frente a los bichos bolita pero especialmente, quería involucrar a uno de los muchachos en una acción conjunta entre los humanos de arriba y abajo de esta Tierra.

Así que sin bandas de instrumentos de viento ni redobles de tambores batientes, el insípido hipercubo nuevamente desapareció de la vista humana, sin elevarse ni despegar de ningún modo. Sin hacer ruido ni dejar de hacer sombra porque nunca la había hecho.
Claro que algunos corazones se sintieron apretados o se salieron momentáneamente de ritmo. No es que lo pensaran, pero todas las hazañas humanas se han hecho siempre sin contar con los mínimos criterios de seguridad ni de lógica y ello está presente en nuestras premoniciones, como el sedimento de las innumerables catástrofes ocurridas en otros tiempos.


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