domingo, marzo 07, 2010

796. Lambada y Macachines

Quién puede fabricar un pasadizo secreto e invisible de diez metros  puede hacer otro bastante más largo, aunque no de cualquier longitud. Con llegar a la parada de ómnibus de la carretera pareció suficiente ingenuamente pensando que los cuatrocientos liberados pudieran esperar el ómnibus  allí sin llamar demasiado la atención. Pero Manuel, agotado por el esfuerzo mental, no quiso o no pudo detenerse en tales consideraciones. Por último introdujo en el cubo, dónde ya estaba Jack, a los aborígenes que había venido a rescatar y desapareció con ellos  en menos tiempo del que se demora en advertirlo.
En la caverna fueron recibidos como héroes bajo una lluvia de pequeños hongos de colores, de esos que mordiéndolos se siente una dulzura en la boca imposible de describir. Se realizaron competencias de salto vertical al mejor estilo Masai. Y concursos de baile de Lambada. Degustación de las muchas comidas que los aborígenes habían logrado inventar a base de cascarudos  machacados, musgos y gorgojos. Y se brindó con una excelente bebida alcohólica hecha con macachines !

Pero era tiempo de despedirse. Ya habían recuperado el híper y por cierto sentían mucha inquietud por lo que estaban demorando en devolver el vehículo al otro grupo. Así que los sinceros abrazos fueron precipitados aunque llenos de promesas de volver y tal vez dar alguna otra mano en pro de la unidad de los libertarios.
Después de las recomendaciones a Dengue, acerca de que debía refrenar su inoportuna imaginación, partieron. Es decir...

Magda no podía creer que aquello que veía y reconocía como su cotidiano Lagomar, pudiera en serio ser tan maravillosamente distinto, aunque no atinara a encontrar el por qué. La calle que tenía hacia adelante, era no más el callejón por el que solía llegar hasta la casa de sus padres. Más gente en movimiento, tal vez... Aunque ni tanta. O que todo estuviese más verde y quizá más limpio. Pero no. Se daba cuenta ahora, que lo distinto estaba en realidad en la actitud de la gente que caminaba de un lado para otro, entre saludos y conversaciones entrecruzadas. Parecía haber desaparecido el mal humor de aparentar que nadie reconoce a nadie, ni tiene ganas de saber cómo se encuentra. ¡Los perros! Por fin estaban todos sueltos y los portones de las casas abiertos...



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