martes, diciembre 22, 2009

771. Jack el Destripador

Que entre bocado y bocado -un trago- y después esa levantada de cejas que anunciaba una nueva anécdota de las que se sucedían sin que nadie supiese si eran tomadas por verdades o por simples acompañamientos al momento de confraternidad.
Y un brindis por la increíble variedad de los mundos existentes en la imaginación. Lo proponía el más veterano de los rockeros, ese que cuando Marley sonaba desde el fondo, armara con habilidad un grueso faso para convidar a la rueda una vez que dejaron todos de masticar.
Poco a poco las suspicacias se volvían del todo imposibles. Si Manuel y Magda afirmaban venir de otro mundo, de otro mundo venían. Y si, que aun en otro, él había fabricado naves interplanetarias de papel y engrudo, por qué no iba a ser cierto, si la mente ha podido siempre más que la materia, mero producto secundario de las oscuras reglas del juego del creador.
El más joven, apodado Jack por destripar todo lo que tomaba entre las manos, por ejemplo, acababa de afirmar que la presente escena ya la había vivido, dejá vu, y que se animaba a afirmar que esta  reunión no era más que el inevitable encuentro de unos cuantos seres que deambulaban por el cosmos ignorantes de tener la ineludible necesidad de juntarse ese día y a esa hora, en ese mismo y preciso lugar, fueran cuales fueren las circunstancias. Que dijeran si no, los presentes, cuan improbables habían sido las cuestiones que les juntaran. Por ejemplo él. Podía decir que no hacía más que un par de horas caminaba por una calle del barrio Borro, por la vieja costumbre que tenía de hacerlo por las antíguas zonas rojas, hoy por hoy totalmente evacuadas después de la peste esa que siempre se sospechó provocada desde el gobierno. Y que la puta casualidad había hecho aparecer por allí, tras sus pasos o sus olores, un bicho bolita de esos policiales que son tan estúpidos como pertinaces una vez que inician una persecución. Había saltado varias vallas con letreros de prohibido pasar y buscado un arrollito malsano que se conocía, con la esperanza de que el aparato  se enterrara en el barro e hicieran cortocircuito sus conecciones. Pero sin suerte, porque las pequeñas orugas del bicho resultaron más eficaces que sus champeones y al parecer no le había entrado agua, o no funcionaba con electricidad, o vaya a saber... Pero que para peor el estúpido aparato, al no poder darle alcance se había puesto a bocinar voces alarmistas sobre que él era un probable delincuente social de los que atentan contra el orden mientras los virtuosos ciudadanos trabajan noche y día para aumentar la prosperidad y el progreso de la nación, y el suyo propìo. Las voces llamaron la atención de otros bichos, que empezaron a parecer esquina tras esquina mientras el pedaleaba sin ton ni son sobre una bicicleta que había tenido que robar, con la que veinte cuadras más allá, por mirar si le estaban dando alcance, chocó de lleno contra un puesto de venta de máscaras anti-gas descartables, destrozando la rueda delantera. Había corrido entonces hasta la casa de un conocido que quedaba a la vuelta del lugar del accidente. Pero en la casa no había nadie. Otra vez corrido hasta la esquina a asomarse y mirar, para verlos a media cuadra propalando amenazadores voces de alto, y sentirse perdido. Pero que justamente entonces, cuando ya no le quedaban más recursos ni energías, había aparecido un taxi doblando a lo bestia la esquina y deteniéndose mal parado frente a la boca de un pasillo de esos de apartamentos hasta el fondo. La puerta se había abierto, el tachero había salido corriendo entrando en el pasillo y el auto, con el motor encendido le estaba esperando a cinco metros de distancia. De ahí en más la ciega huida había sido muy rápida, aunque temeroso de que por algún método le estuviesen rastreando, doblara en casi todas las esquinas y perdiese por completo el sentido de la orientación hasta el momento en que el vehículo se había puesto a estornudar su desesperante escasez de nafta. Se había bajado sin saber dónde estaba, pero enseguida reconoció el lugar. Estaba a una cuadra de la terminal de Tres Cruces. Lo demás podría ser predecible. Que tomara un ómnibus para cualquier lado y mejor para Lagomar donde tenía tantos amigos. Que llegado aquí se hubiese metido en el galpón de la barra... Pero quién hubiese adivinado que al rato, habiendo llegado estos dos amigos que estaban al lado, y antes de que les hubiese podido referir toda la historia, iban a sentir voces afuera y al abrir  se iban a encontrar justamente con el amigo que no había estado en su casa de Montevideo cuando le había golpeado la puerta, pero además acompañado por otro amigo, al que hacía tiempo quería ver, y dos extraños sujetos vestidos a lo árabe, que decían ser viajeros de otros mundos y otros tiempos!
Todos estuvieron de acuerdo en que la historia era completamente improbable. Tanto como la mayoría de las cosas que ocurrían continuamente, como el clima o como la ubicación definitiva de los polos desde que la fusión de los casquetes de hielo había destartalado el equilibrio de la masa planetaria y el giro regular del trompo. Ni siquiera la duración de los días era igual, ni los puntos cardinales...
Sólo algunas cosas se mantenían. Las importantes. La amistad. El espíritu del rock. El amor...

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