viernes, enero 29, 2010

784. Yo no existo

Pero hete aquí que en ese preciso instante a Manuel le acometieron fuertes deseos de orinar, cosa que  le ocurre con bastante frecuencia a mucha gente, pero pocas veces mientras discurre una conversación tan profunda. Ni siquiera habían estado tomando cerveza o haciéndose cosquillas en las plantas de los pies. De todos modos averiguó en pocas palabras que dentro del galpón no había baño y era completamente deseable que quién quisiera orinar saliese el tiempo necesario al exterior y se las ingeniase para hacerlo en alguno de los rincones oscuros del terreno.
Así lo hizo... y casi terminaba de guardar el instrumento dentro del vaquero cuando sintió que desde de unos setos que a la derecha continuaban la vieja pared de ladrillos asomados tras un deteriorado revoque... ¿Qué? Que una voz aterciopelada le estaba diciendo cosas. Bien que la voz aterciopelada saliera sin dudas de la boca de aquel gnomo verde musgo que mecía sus barbas sentado sobre unas cuantas piedras número cinco que hacia ese lado descansaban gracias a la gravedad, Manuel no se sobresaltó. Siempre había considerado posible que de alguna manera y fuese la que fuese su ruta,  algo o alguien le venía siguiendo. Sería harto inútil intentar un senso de cuantas personas ven cosas en la sombra de la luna o pronuncian fórmulas mágicas de su propia invensión ("cábala"), nadie confirmaría la verdad, o muy pocos. Lo cierto es que Manuel tenía esa precognición al menos desde las primeras escaramuzas de esta demasiado larga historia. O preconcepto al menos.

Bien. Lo que la voz decía, con una entonación sólo apta para un coloquio entre personas de cercano conocimiento y confianza, era que se dejara de joder Manuel con todos esos cuentos de las bolas voladoras y de las dimensiones de aquí y de allá.

-¿Acaso te creíste la historia de que tu abuelo muerto podría venir a rescatarte?
-Ya lo hizo algunas veces.
-Pamplinas, muchacho! Los muertos, muertos están. Te vengo siguiendo desde hace mucho y puedo decirte que nunca has salido del entorno de tus propias fantasías. Yo, por ejemplo. Dónde has visto que un duende sea parte de la realidad? Yo no existo.
-Bueno! Menos mal!
-No te hagas el pelotudo... Sabés bien a qué me refiero. En este momento me estás imaginando a mi como poco antes alucinaste, tal vez a un conjunto de rockeros anarquistas...
-Veo que los has visto, No han de ser tan irreales entonces...
-No te olvides que te he dicho que yo solo existo dentro de tu imaginación, Los rockeros son mis vecinos de la izquierda.
-Ah, están clasificados en un casillero?
-Más o menos. El asunto es que vos  tenés una pequeña lesión cerebral que se ha manifestado como un sorpresivo derrame de fantasías... Aquel día aparesiste sin conocimiento, tirado en el suelo de tu casa. Algo te habría golpeado tal vez... en la cabeza, por ejemplo... Nadie pudo nunca ver alguna huella de esos agujeros que vos declaraste haber visto abrirse en el piso...
-Por supuesto, los agujeros se formaron en el piso del mundo paralelo, no en este.
-No, no. Vos estuviste de vuelta en tu casa en tu mundo natal, y tampoco viste nada!

Manuel quedó sin habla. Las lejanas órbitas de sus galaxias neuronales seguían a años luz con sus complejos entramados, casi indiferentes. La sospecha debía  ser insostenible. Ahora... ¿por qué no encontraba modo de contrarrestarla. Era cierto, absolutamente cierto que no había encontrado en el suelo de su casa el más mínimo rastro de haber habido allí mismo, en algún momento, una serie de huecos semi o totalmente esféricos... A no ser que,  por alguna razón, Oesterheld y su abuelo hubiesen dotado a sus bolas experimentales de una capacidad  infalible de dejar las cosas como estaban antes de la incursión? ¡Eso! Seguramente eso era lo que había ocurrido!

El duende se le adelantó.:

-No. Esa capacidad la imaginaste mucho después para que las bolas pudieran entras a las cavernas sin romper sus paredes. Aquel día estabas bajo el primer shock epileptoide. Todo lo que imaginaste al principio eran cosas burdas, de esas que ni los niños creerían. No digamos la escena del prostíbulo filipino que tenía lo suyo sino por ejemplo tu caída sobre la banda de papel continuo que iba a dar a la imprenta. ¡Por favor...!
-Sí... Eso fue medio guaso.
-¿Y el camionero que se transformó en un pulpo verde?!


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