sábado, marzo 21, 2009

669. Como si el mundo se hubiera...

Y aunque a muchos parezca excesiva fantasía el alma de Vittorio le comenzó a sobrevolar y adelantarse tres pasos rumbo a la parada del 121. Medianoche cercana desde los balcones de Pocitos y un asfalto que ha sufrido tanto tránsito anónimo. Pero no por eso. Ni por inconsciente indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Que de eso con seguridad se trataba, sino... Porque sentía que por fin la vida volvía a latir por sus arterias. Para qué vivir si la materia de la vida se limitara a una constante y gris repetición, si los hombres fueran nada más que letras amontonadas en páginas de diarios que ya nadie lee, si nada impulsa a nuestros pulmones a tragarse el aire de la noche de un sólo envión, a oler las flores de lejanos balcones o tal vez jardines bajo cuyas sombras alguien ama a alguien en imposibles y peligrosas formas, o huye saltando cercas, muros o tapiales, perdiendo zapatos y ganando ladridos de perros, para salvarse; aunque se supiera de antemano que inmediatas y azarosas circunstancias volverían a arrojarle desnudo frente al misterio.
Sus latidos tropezaban entre ellos cuando bajó en la terminal de Ómnibus y se adentró, sonámbulo para los demás, en aquel cristalino ámbito donde el murmullo de los pensamientos ajenos reverberaba sobre una multitud de gentes grises. Cuando sin ver nada llegó a la ventanilla y se enteró de que en cinco minutos salía un coche. Cuando se acomodó en el asiento junto a un cura con ganas de conversar...

Como si el mundo se hubiera de vuelto de pronto mucho más luminoso.

Porque la claridad que le rodeaba e iluminaba los rostros de los pasajeros, se había vuelto, ahora de una nitidez asombrosa. Y su estancia allí sentado sin importarle que el ómnibus se estuviese poniendo en movimiento, ahora, junto con el siguiente latido que se prolonga sanguíneo por una pléyade de arterias, para alimentar a las millonarias y pequeñas células todas ellas expectantes del desarrollo de la historia en común.
El perfil anguloso de la mujer que asoma su nariz allá adelante, tal vez por tercera vez, con cara de estar preocupada por lo que pudiera ocurrir tras la ventana, pero torciendo vertiginosamente los ojos por el pasillo hacia atrás, en busca tal vez, o para confirmar algo que había creído ver. No era un ser gris. Sólo en apariencia.
Ni tampoco el cura regordete.
Ni siquiera el joven guarda, que parece resistirse a estar vestido con aquella camisa blanca impecable y aquellos... en vez de los vaqueros y los champeones del barrio.

Ni él, por supuesto.

Sabía que un profesor le hubiese dicho que estaba viviendo un "inside" sobre la manera que deseaba profundamente, vivir la vida. Que otros pensarían en que súbitamente su energía vital se estaba incrementando por vaya uno a saber qué exóticas influencias. Y otro simplemente hablarían de las crestas y los bajos de las ondas, pero... Esto estaba resultando muy real. Estaba viviendo, ahora!

No quería perderse el más infinitesimal instante.
Eran todos instantes de su vida que venían llegando a un cuadro por vez y sobresalto. Darse cuenta que el labio le había temblado apenas porque la muchacha al mirarle había desparramado un reguero de lucesitas rodantes por sobre su cara y que... No, no había pensado en acercarse con cualquier pretexto, aunque pudiera, porque ahora tenía que concentrarse en ese misterioso asunto del muchacho enfermo y de todo lo otro tan diferente a lo que se escucha en las conferencias.

Pero la experiencia había sido con ecos de aquella vez que...

El labio suyo, sin atajos, pareció querer remedar el gesto de aquella primera aproximación a la piel y los labios de una muchacha. Sin nombre, por pudor. Debajo de aquella copa del paraíso que llovía flores blancas y violetas mientras de lejos llegaba aquella especie de música...

Y otra vez se producía la erección!



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