miércoles, marzo 04, 2009

663. Las pinochas trémulas

Qué agregar para ese momento sino que adelante, allá donde la calle dejaba de ser horizontal para irse cuesta abajo hacia la casa y ,quedaba por eso suspendida esa entrada, sobre el relumbre lejano de las luces de Montevideo, allí, sobre ese relumbre vieron que una figura humana de importante tamaño, había estacionado sus piernas abiertas y toda su estampa, casi como si pretendiera interponerse a cualquier pasaje. El corazón de Manuel dio varios tropezones junto con la sospecha de estar reconociendo el recorte de la figura. ¡Mandinga! No podría ser otro.
Con todo se contuvo, considerando la posibilidad de que se tratara de la versión vernácula de su padre. ¿Padre también en este mundo...? Tal vez ni enterado de las tragedias y comedias que se pudieran vivir en los mundos vecinos, aunque las pudiera olfatear a través de aquello del.... (ya no se acordaba).
Magda se sintió un poco amilanada por la presencia pero sabía que nada malo le podría ocurrir yendo con el flaco y entonces acompañó su paso acelerado hasta que estuvieron justo enfrente de lo que resultó ser, aquel negro enorme que algunas veces se veía deambular por esas mismas cuadras, que según decían... los vecinos...
Desde un paso de distancia Manuel ensayó un saludo cauteloso.

-¿Mandinga...?

Tal vez oyeron el rumor del aire soplando sobre las cuerdas de las pinochas trémulas.Tal vez el paso leve de las hormigas por el camino que se escurría cercano a las suelas.... Tal vez algún suspiro dispersado a lo lejos por la brisa, pero, desde el oscuro pecho de aquel hombre no brotaba el más mínimo sonido. Es más, no se le escuchaba ni la respiración... solo que... sí! Un agudo silbido que ya estaban oyendo ahora se entrecortaba en pujos repetidos como los resuellos de una risa. ¡Se estaba riendo! Aumentando el sonido y abriendo los enormes brazos para abrazar a Manuel y ponerse a saltar con él por todo el ancho de la calle.

Por fin.

Había sido este el vigésimo quincuagésimo tercer mundo que visitaba tras los pasos de su hijo... Se interrumpió mirando a Magda, claro, tampoco lo sabía, ¿y ella?, sobre su identidad, y su origen. ¿O acaso...?

-Ella lo sabe casi todo y de a poco lo va creyendo.... Pero dónde has dejada la bola. Que nadie la encuentre... mirá que este mundo...
-Ja en el monte de enfrente a tu casita. ¿Te acordás...? En el mismo lugar en que caí aquella vez. Ja ja.
-Bueno, vamos para casa.

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