lunes, marzo 23, 2009

670. El santo espíritu

Incómoda cosa cuando se viaja en ómnibus junto a  un cura y su curiosa mirada que no nos deja siquiera fingir que nos retiramos una pelusa del pantalón con el verdadero proposito de agarrarnos el pene y arrastrarlo hasta una posición desde la que se pueda desarrollar sin trancarse en un pliegue de la ropa.

-Me bajo en Lagomar... No no he visto todavía la nueva capilla de...

Ahora la mujer se ha puesto de pie y se encamina hacia el baño. 35 a 38, suéter rellenito por un par de tetas redondas, así, como para llenar el hueco de la mano y un perfume que ahora se adivina sobre la piel de la cadera, allí mejor que en ningún lado, adivinando el profundo abismo desde el que sambullir el ego para su inmediata disolución...

-Ah, sí... Sanctespiri  o... ¿Cómo dijo...?
-La capillita se llama "Del Espíritu Santo".
-Claro

Extraña cosa que deseemos fervientemente ese momento en el que nos asomamos a la inexistencia, pero sí.
Al pasar a dejado la sensación de que un gran hueco, profundo y aterciopelado nos acaba de saludar... Como dos polos o mejor cargas de distinto signo que alguien ha separado para que se atraigan sin remedio.

-Sí, claro. El Espíritu Santo... La tercera persona del plural...

La puerta del baño de plástico deja sonar su contacto con el resto poco después que la bocanada de meos y perfumes químicos ya ha ganando el pasillo. El muchacho de la izquierda, dos filas anterior, eructa sonoramente, quizá para llamar la atención sobre su indiferencia por la atención ajena...
Ahora estará sentada sobre el plástico celeste, los pantalones por debajo de la rodilla y esa expresión. ¿Cuál expresión sería?
No. Era posible que hubiese pasado de valde nada más que para pasar a su lado y poderle aquilatar... o a algún otro que estuviese en la misma hilera y que sus ojos buscaban cada vez que miraba. Uno o dos asientos a lo sumo, para atrás, porque...

-No. No soy católico. ¿Por qué...?

Dió vuelta la cabeza bruscamente, como para hacerle entender al clérigo que buscaba esa razón ineludible de que alguien fuera de alguna religión. Cualquiera. En eso pudo constatar que el rectángulo de plástico descolorido aun permanecía cerrado ocultando el misterio de la mujer del suéter y su perfume, seguro que estropeado ya... Acaso allí se podría abrir una ventanilla y viajar mirando las sombras del Parque Roosevelt?

-¿...se precisan razones para no creer...?

El tipo movía los labios, esos rosados y carnosos, en un constante subibaja que por momentos dejaba entrever un juego de parejos dientesitos muy bien lustrados y la punta de una lengua curiosa. ¿Qué decía...?
Era esta vez indiscutiblemente el sonido de la puerta al cerrarse. Los pasos se podían adivinar como los movimientos de un supuesto péndulo que pre avisan el momento del pasaje por el costado.

Lástima que tan rápido. Allá va... Se ha sentado.

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