lunes, marzo 09, 2009

666. La cornisa del piso 88

 Pero sonó estrepitoso el ring tone del celular de la flaca, con sus campanas de catedral al vuelo, tanto que olvidaron todos lo que estaban hablando para atender a lo único que no deberían. Qué cosa tenía esta muchacha que hablar y con quién. Por pura distracción por supuesto, porque... a quién le pudiera importar eso?
Cuando el garabato de voz que desbordaba desde el aparatito mostró un tono e inflexión de alarma se sintieron justificados. Cerraron el círculo. Hasta Mandinga,  que nada sabía de esta gente.

-No, por favor. Me parece que Manuel tendría que estar allí. Es el único amigo que tiene Dengue.

Más alarma y manotones al teléfono, que terminó en el suelo con la vocesita todavía sonando. Manuel lo agarra al revés y repite hola, hola, lo da vuelta y en cambio pregunta quién es en vez de preguntar qué pasaba con Dengue.
Era Ernesto repitiendo casi a gritos que a Dengue le habían vuelto las convulsiones cada vez peor, y que ya venía en viaje el doctor Bermúdez.
Que le mantuviera lejos del pobre Dengue, fue las respuesta casi amenazante.

-Vamos para ahí- gritó mientras sin haberle pedido la moto a Rulo ya la miraba e invitaba con la vista a Mandinga para llegar antes que nadie y tratar de lograr la separación de los dos Dengues pero por medios naturales. Rulo asintió con un pestañeo y Manuel ya le estaba explicando a su padre el extraño fenómeno que se había producido cuando ambos estaban montando al aparato de las dos ruedas y pataleando el pedal del arranque Manuel.

Todos irían para el mismo lado pero la moto ya subía la siguiente cuadra.

Entraron sin llamar y se encontraron con un panorama de verdad preocupante. Denque saltaba como un skater de una punta a la otra de la habitación, tapándose los oídos y gritando NO NO NO. Como si hubiese recuperado todas sus sus energías y perdido el resto de la razón. Ernesto trataba de seguirle y de tal vez de atraparle en alguna pasada, sin éxito ni demasiado empeño, mientras Irene, la enfermera interponía su cuerpo frente a la puerta que daba a la habitación de la anciana.

Manuel gritó.

-Te dije, Dengue, que te quedes quieto!

Dengue se quedó quieto, pero girando la cabeza presentó quejas contra su inquilino, quien se quería adueñar de todo...

-¿Te habla? ¿Qué te dice...?
-¡Está más loco que yo!
-Sí, pero qué te dice...?

Dengue disimuló algo.

-Boludeces...
-¿Quiere que le prestes la lengua...?
-¡Sí!  ¿Qué pelotudez es esa?
-Dengue... Escuchame... Te tengo que explicar algo difícil. Yo sé lo que te pasa... Dejame que te explique...
-Bueno dale. Ahora se dejó de joder.

Primer paso dado. El sujeto se dispone a escuchar las instrucciones sobre cómo bajarse de la cornisa del piso  88 desde la que había estado por tirarse, sin resbalar ni dejar que las piernas tiemblen demasiado. El segundo paso era saber qué se debería decir a continuación. Por ejemplo explicarle. Sí, de eso se trataba. Pero con palabras simples y sin asustarle demasiado. ¿Más asusatado de lo que está? Pero logrando que  el sujeto entienda que se encuantra en una situación muy comprometida, de la que sólo podría salir, con suerte y colaborando lo más posible con los que se disponían a servirle de guías. Es decir...

-Ese otro que tenés adentro no es tu enemigo...
-Ah, no?.... ¿Y entonces por qué me quiere echar, por qué se metió aquí?
-El no se quiso meter... Lo metieron.
-¿Ah, sí... ¡Qué chistoso!
-En serio, Dengue. Yo sé quién es. Lo conozco...
-... y yo? Lo conozco...?
-Eeehhh,... No, vos no lo conocés.

Era lo justo. Porque la pregunta quería preguntar por el pasado. Si Dengue 7 conocía de antes a Dengue 1. Ahora, mal que bien se estaban conociendo, pero de la peor forma. La discordia entre hermanos. Qué decir hermanos? Eran más que hermanos, eran... Dos versiones posibles del mismo modelo. Dos reflejos en dos espejos deformantes distintos de un mismo patrón, quizá, como podría haber imaginado Platón si no hubiese preferido la idea de la caverna, la luz y las sombras sin haber ido jamás al cine.

-No, Manuel, en serio... Yo sé que estoy loco. Estas cosas me las imagino
-No, no estás loco. Eso cree el doctor ese que te quiere tener todo el tiempo dormido. Soy amigo del otro y si nos ayudás, vamos a tratar de que salga de vos...
-Hacés umbanda?
-Ja. Algo parecido... ¿Te animás...?
-Con vos, sí.





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