jueves, enero 01, 2009

639. Cosas...

Las miradas dubitativas no mostraban las imágenes que en segundo plano se iban intercalando. Silencio mientras las mentes iban barajando hipótesis sobre el posible sinsentido de lo que pudiera querer decir Dengue encima del sinsentido de lo que decía haber sentido Manuel, olores que viajan en oleadas llegando a romper sobre los escollos de una sola nariz, dejando a todos los circunstantes secos y atónitos testigos de esa irreal situación, mientras el estólido revive para acompañar, al menos moralmente a la única víctima.

Vittorio preguntó.

-¿Qué es eso, Dengue...?

-Una cosa... que te viene...

-¿Vos también lo sentiste?

-No. Esta de ahora, no...

-¿Pero has sentido olores que no existen?

-No, olores nunca...

-¿Qué cosa has sentido...?

-Cosas que te vienen. No sé. Cosas... que dan miedo.

Golpeaban manos en el frente de la casa. Era el repartidor de la farmacia que venía a traer el par de cajas de remedios que Vittorio recibió con el beneplácito de su firma en un papel doblado en cuatro.

Al volver tuvo que contestar el teléfono con esa forma que los que oyen de afuera nada entienden. Cosas urgentes.

-Me tengo que ir. Este remedio lo tiene que tomar Dengue, dos por día y cuando se sienta especialmente ansioso. Debe dormir no menos de ocho horas... y no quedarse solo...

Magda interpeló.

¿Y Manuel...? Si le vuelve eso...?

Pero quien contestó no fue Vittorio sino el mismo Manuel que ahora sonreía de forma enigmática.

-Ya ha vuelto pero más amistoso. Es una locura suave, ja. Más suave que mi memoria de los mundos paralelos.

Volvió a sonar el teléfono de Vittorio. Le inquirían por lo que estaba por hacer. ¿Estaba él por acudir al llamado que el señor X le había hecho unos minutos antes? ¿O no?

X no estaba comprendiendo que él, Vittorio Giorgionne, no podía dejar a la gente plantada y salir corriendo porque ya la reunión planificada para hace casi una hora estuviera a punto de fracasar. Que comenzaran si él, casi contestó, apenas un instante antes de recordar que la reunión iba a ser entre X y él, sin otro invitado cualquiera, carajo. ¿Qué decir...?

Vittorio (en el teléfono)

-¿Y vos dónde estás...?

-...

-¿En el auto, no... la moto... ¿Qué?

-...

-Importa porque podrías andar cerca de donde yo...

-...

-En...

Retiró el aparatito de la oreja para preguntar por el nombre de la calle, la casa, o cualquier de dato identificatorio. Lástima que X no conocía al Toba ni a las hermanas Bronté, ni mucho menos la casita que la hija de Abelardo Goiticoechea construyó cuando se juntó con el negro candombero, es decir, la que el negro y los vecinos construyeron unos cuantos años atrás cuando todavía se podía construir amistosamente sin que te cayeran los inspectores del BPS.

-Viste la bajada que hay en el callejón... Sí, en Lagomar Norte por supuesto, saliendo de la policlínica rumbo al oeste...

Vittorio dejó de dar explicaciones inútiles cuando vio, especialmente cuando reconoció, el plaf plaf característico del pistoneo de la Harley Davidson de Ernesto Federico de Oliveira e Souza, su amigo, que venía ya bajando el polvoriento callejón rumbo a las copas de los pinos y los álamos de la casa de Manuel. Venían dos sobre la moto.

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