martes, agosto 26, 2008

589. El Destino

En media hora todos estaban colaborando con la tarea. Ya Akiíto había vuelto de San Miguel trayendo varios fardos de papel de diario, un rollo de alambre de acero, veinte quilos de harina para hacer el engrudo. y varias cosas más por si fueran necesarias.
Por suerte las cuerdas estaban en buen estado, puestas a lo largo del frente de la casa, en aquella terraza que se usaba como estacionamiento. Los muchachos habían vuelto a extender la maya de la media sombra y ya Manuel y la Magda sostenían el primer círculo de alambre liberado de pegotes, en la posición central. Allí debían colocar las tres cuerdas que formaban el equilátero de abajo, el que ellos suponían encargado de contrarrestar la gravedad, porque... bueno simplemente porque la gravedad viene de abajo, se supone, qué tontería, o tal vez no.
Manuel trajo la primera cuerda y le alcanzó uno de los extremos a la flaca. No se preocupó todavía por la tensión, porque faltaban las otras dos, que, si todo iba a resultar bien, deberían ya desde al comienzo sostenerse entre ellas y, de vez en cuando murmurar un zumbido casi inaudible.
Zumbaron. Inaudiblemente zumbaron en tres frecuencias muy cercanas y bajas como es lo normal y hasta necesario, para que oscilen y busquen entre ellas la consonancia. Esto no sólo tranquilizó a Manuel y la flaca, sino que impuso respeto entre los demás, que ayudaban sin pronunciar palabra mientras contenían el aliento, para que no se les fuera a pasar ningún detalle de lo que ocurría, lo que estaba por ocurrir y que ellos, daban desde ya por descontado...
Manuel se sentó por un momento en el saledizo de una ventana queriendo tomar conciencia de estar otra vez construyendo la balsa que le rescatara del naufragio. Extraño destino que al parecer le marcaba con trazos gruesos ese permanente estado de liberador liberado y vuelto a caer prisionero. En vez de estar no más, con la flaca allá en la casita, tal vez con un crió gateando por el pasto. ¿Existiría el destino...? O el antidestino, es decir... Aquello que por mucho que deseemos nunca vamos a vivir...?

Con lo que volvía a zonas peligrosamente cercanas al concepto de destino como un guión escrito por algo o alguien para que cada quién cumpla con su papel y no joda el plan general. El desquiciado plan general que hace siempre que las cosas funcionen mal más tiempo que bien, que se rompan, que la gente se pelee por tenerlas y sólo cuando las tiene, tras un momento de perplejidad, parecida a la alegría, comprende que en realidad no las quería. La sociedad toda... No, no parecería probable que existiera el destino. ¿Pero entonces por qué las cosas siempre se empeñaban en rodearle de circunstancias y condiciones que le sacaban del camino que él quería recorrer...? ¿Sería por torpe que le pasaban esas cosas, o simplemente por boludo?

Allá estaba el negro grandote, su padre, alcanzando ahora el círculo de alambre que iba a contener las otras tres cuerdas, las de arriba. Magda, flaca de fierro, se limpiaba las manos sobre las piernas del jean antes de enganchar el extremo de la primera cuerda en el punto que su natural sentido le indicaba. Mandinga! Que hombre o diablo más incapaz para el trabajo. Torpe y sin gracia cuando todo lo otro lo hace encima de pasos de baile! Su padre. Claro. Cómo iba él a salir un sujeto decente con semejantes padres. Una hippie delirante y rebelde y un principe de la música tropical. Un Dios de una religión que no puede existir. Un boludo.

Era el destino.

Que él, aparte de boludo como su padre viniera a resultar una especie de cuarto dios o tal vez un octavo. Un... duende, o... un diablito de esos que dicen al oído cosas tentadoras, ja. Que tontería. Porque resultaba que los dioses no eran mejores ni mas inteligentes que los hombres! Ni más buenos ni más malos. Aunque más poderosos... Otra vez.

Alguna vez se iba a poner a pensar más en serio qué era eso del poder, porque... uno si se pusiera a pensar en un tema, en serio, es muy posible que llegara a conclusiones parecidas a las que llegan esos sabios y filósofos, o no? Alguna vez lo había hecho, por algunos minutos, pensar en un tema, en serio, como si uno pudiera, solo, descubrir la verdad con el pensamiento. Pero no importaba. Aunque no se pudiera del todo, se podía llegar a ver más o menos por donde anda la verdad, esa cosa con más caras que una galería de espejos.

Y pensar aquella idea que una vez se le había ocurrido, de que fuera él mismo quien escribiera el guión de su vida, como si fuera una historieta, que él siempre había soñado dibujar...

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