martes, mayo 19, 2009

694. Desnudos y sin misterios

Manuel tuvo la precaución de quedarse afuera suponiendo el temprano desenlace que se comenzó a desencadenar cuando la mirada de Cholo por fin encontró de lleno aquellos ojos que tantas veces desde el escritorio le había hecho sentir la inmensa extensión del universo. Eran los mismos senos aquellos que rellenaban las sinuosas curvas de aquel sweter que vibraba con su clara voz remedando la de Artigas, diciendo las "Instrucciones del año trece", no por burlarse. Era ella otra vez. Más madura pero también mucho más abierta a la impensada posibilidad de la profesora con el alumno. El.

(alumno también de cualquier otro arte que le quisiera enseñar)

No obstante la profesora insistió con su gastada estrategia de pretextos. Extrajo papeles del portafolios que aun retenía apoyado en sus pechos, con la boca abierta, de una manera bastante torpe. Por supuesto los papeles se deslizaron unos sobre otros al suelo, entre los dos pares de zapatos y la simultánea flexión descendente de los cuerpos y también de los ojos. Como en una película, los dos agachados pretendiendo estar juntando papeles tan junto al otro que... Inevitablemente se besaron como tal vez siempre habrían deseado.

¿cómo decirse apenas mirando que a pesar de que quedara muy fulero que una profesora se quisiera encamar con un alumno...eso justamente era lo que había sucedido?
¿que nunca le habían preocupado aquellas bromas sobre la edad de su madre ni que...?

 En realidad tampoco importaba. Ya habría tiempo para explicarse cuando la pasión dejara de brotar a borbotones, ahora... Las cuatro manos acababan de traspasar las fronteras del pudor y navegaban entusiastas las praderas del placer. Es decir que recorrían por debajo de la ropa y encontraban todos los huecos y las preponderancias mientras las lenguas se entreveraban en resbalosa refriega.

Cayeron al piso sin alfombra del rancho, iluminados desde la ventanita del fondo, bajo el parral con sus uvas maduras, y se revolcaron tratando de romperse las ropas y los labios, como si estuviesen ya sobre la cama de un rato después. Desnudos y sin misterios. Incendiados y amainados por varias veces hasta que por fin pudieron hablar. Decirse que había sido mutuo siempre el deseo y los sueños eróticos. Que las noches de aquel verano, después de terminadas las clases... Ah! ¿Quién hubiese tenido el poder de volar directamente hasta dónde estuviera el otro?

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