lunes, noviembre 16, 2009

757. Chancho flaco sueña con maizal

Así que... Por ejemplo podría partir primero Manuel, llevando a Magda y a Dengue, para volver sólo a llevarse a otro mientras ya Mandinga estuviese volviendo después de llevar a Úrum... Con cuidado de no viajar al mismo tiempo en direcciones contrarias, porque... ¿Cuanto tiempo se encontraría el hipercubo ocupado en una misma operación? Uno por vez sería tal vez esperar la vuelta del que fue antes de cargar el cubo con nuevos pasajeros, pero... ellos al ir, habían dejado la punta del canal abierta por muchos días sin volver a entrar en ella y sin embargo aquí... Y al finalizar todo el trasciego... Cuanto tiempo debería permanecer el cubo encendido antes que alguien (¿el dr. Bermúdez?) bajara la palanca? No era posible mandar algo de vuelta como señal de vehículo desocupado porque nada llegaría de vuelta sin una conciencia que guiara el viaje hasta su destino. Disparate! La vuelta no iba nunca a ser el problema dado que el cubo físicamente hablando estaría siempre aquí. Lo variable era dónde se encontraba el otro extremo del canal. Pero de todas maneras... ¿quién daría la orden de retorno?

Manuel se rascó la cabeza.
Don Miguel habló:

-Entiendo que los viajes son prácticamente instantáneos. Pero si las coordenadas permanecen fijas por más de cinco minutos, los campos recuperan el valor cero, es decir que el espacio vuelve a replegarse hasta el interior de este cubo de vidrio polarizado.

-Ah...

Entonces bastaba conque se esperara el retorno de un viaje para iniciar el siguiente, y también con una mirada para que los tres primeros comenzaran a buscar ubicación frente a la boca cuadrada, se abrazaran y reptaran sobre el vídrio base como un confuso grupo escultórico.

Don Miguel bajó la palanca...

Manuel sospechó que algo no estaba funcionando cuando sintió que el aire frío y el agua corría a lo largo de su cuerpo desnudo y el de ellos... sobre la arena de una playa invernal que más allá ofrecía posible abrigo en una hilera de cocoteros inclinados o erectos, que sobresalían  sobre una banda de vegetación no muy compacta. Completamente desnudos como náufragos arrojados por la tormenta sobre una playa desierta... ¿Dónde estarían? ¿Y... cuando...? Tanto era el desconcierto que en un primer momento ni tanto se preocuparon de esconder las desnudeces, sentándose en el suelo, con la cara vuelta hacia el mar, como que de allí vinieran, y esperaran ver al menos los restos del navío que les trajera.
Manuel chasqueó la lengua, y poniéndose de pié caminó los veinte metros hasta la vegetación a conseguir buenas hojas para cubrir a Magda de la curiosa mirada de Dengue que en realidad no existía, porque Dengue, todavía no había recuperado ni su propia vergüenza.
Ya vuelto con una brazada de ramas las arrojó al suelo sin explicar nada y se puso a girar la cabeza como perro perseguido por la mosca. No veía donde carajo habría quedado la boca del canal del cual habían sido arrojados, por error, en aquellas arenas desoladas y erróneas. Porque falsos eran los cocoteros, apenas palmeras butiá, y falsa la jungla achaparrada de la base, no otra cosa que los conocidos aromos que bordean casi siempre la franja de arena costera.
Lo único raro era la presencia de las palmeras sobre la costa, pero ahora tampoco eso al notar que formaban una serie de hileras aparentemente simétricas con respecto a una claridad central, por donde venía avanzando un pequeño grupo humano de muchachos y muchachas tan desnudos como ellos y a las risas, a las carreras, retozando en tren de divertida chacota.

Dengue se rió y miró avergonzado a Manuel.

-Me parece que la cagué...

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