Eran más de veinte las personas que habiendo salido y vuelto, o venido por invitación de esos primeros, o llegadas por casualidad, se encontraban reunidos y hablando todo el tiempo en la no tan espaciosa cocina de la casa de Ernesto de Oliveira. Estaban allí algunos de los socios de aquel ateneo metafísico al que fuera invitado Manuel un día, y que después deviniera en hermandad secreta, aunque Ernesto pareciera haberse olvidado de aquel secuestro y aquel rescate. Estaba también Yaka Zulu, quien nunca se había terminado de retirar. Magda con Ulyces, que había sido avisada por Julieta, quien había visto desde la calle, cuando el portalón aun no se cerraba, que Manuel y otros bajaban del auto del alcalde con Dengue hecho un ovillo por delante. Por supuesto Don Miguel, el único de los otros que se mostró contento de volver a encontrarse con Manuel. Y muchos más, no pocos de ellos amigos anarcos del Cholo.
Don Miguel se dirigió a todos , aprovechando el silencio respetuoso que había producido cuando se había puesto de pie en el centro de la reunión. Sin nombrar a nadie ni presentarse, ni decir, por supuesto eso de señoras y señores. Simplemente dijo que lo que Manuel y Dengue querían hacer, un aparato sintonizador de dimensiones, no era imposible... para un equipo de científicos dotados de toda la sofisticada tecnología.
-Sin embargo...- agregó, -Soy testigo de que el abuelo de este muchachito estuvo, hasta su muerte, trabajando mucho para producir algo similar. Soy testigo también de que los resultados que estaba obteniendo eran bastante impresionantes.
(enlace con el capítulo uno)